- Las
tinieblas en el evangelio de Marcos (v . 33) son un hecho autónomo, no
acompañado de otros signos de tipo apocalíptico (como en los otros
sinópticos). Aparecen estrictamente relacionadas con el grito de Jesús en
el v. 34 y sólo Jesús las percibe y reacciona frente a ellas.
- Algunas
interpretaciones: (a) Indican el valor salvífico a la muerte de Jesús
mostrando su dimensión escatológica y cósmica (Conzelmann); (b) En línea
profética-apocalíptica, la tiniebla es signo premonitor de la catástrofe
del juicio (cf. Am 8,9).
- No
parece que las tinieblas aquí tengan valor apocalíptico, sino que más bien
representan la presencia de Dios como Señor de la luz y de las tinieblas
(cf. Is 45,7; Sal 105,28; Jb 12,22; 34,22, Is 9,15; Is 42,16ss; Hab 3,4;
Sal 139,11-12; Sal 18,10-12 = 2 Sam 22,10; Sal 97,2ss; etc.). Hay textos
bíblicos en donde que la presencia de Dios aparece en clara relación con
las tinieblas (Ex 19,9a; 20,21; Dt 4,11-12; 5,23; 1 Re 18,8,12).
- Hay dos elementos importantes que en
cierto modo acompañan el silencio divino: “las voces” de los hombres que
no llegan a comprender el misterio de aquel evento y se burlan (15,25-32),
y las tinieblas, que representan simbólicamente la presencia silenciosa de
Dios. En la oscuridad se hace presente Dios quien, más allá de todas las acciones
humanas y las opiniones de los hombres, no evita aquella muerte, aun
delante de la voluntad contraria de Jesús (Mc 14,32-42).
- Hay una relación clara entre Bautismo,
Transfiguración y Crucifixión. En el Bautismo, “se abren los
cielos” (Mc 1,10) (visión y voz que sólo Jesús percibe; relación especial
de filiación); en la Transfiguración, aparece “una nube” desde la
que se oye una voz (Mc 9,7) (la especial relación de Jesús con Dios se
explica con una voz dirigida a los tres discípulos). En las tres horas de
oscuridad de la Cruz (15,33) no hay ninguna voz (divina) que
ofrezca una interpretación que confirme la identidad y el actuar de Jesús.
Además no hay una delimitación precisa del ámbito de las tinieblas: cubren
toda la tierra. La manifestación de la relación de Jesús con Dios, que se
revela en la muerte, no puede ser “limitada”, no se circunscribe de ningún
modo. Todos los habitantes de la tierra son los destinatarios
naturales. Sólo el centurión
(15,39), que representa la humanidad más lejana, hará después una
declaración sobre la identidad de Jesús.
- La presencia
de Dios, simbolizada por la oscuridad que cae sobre la tierra (Mc 15,33),
es al mismo tiempo distancia de Dios, simbolizada por el silencio,
por la falta de una palabra que ilumine el hecho.
- La
dialéctica de la presencia de Dios, unida a su ausencia, se expresa
eficazmente en el grito que con “fuerte voz” Jesús dirige al Padre,
después de las tres horas de tinieblas. En las palabras iniciales del
Salmo 22 se expresa, en efecto, tanto el lamento por la distancia
(“¿por qué me has abandonado?”) como la certeza de una relación que
todavía existe (“Dios mío, Dios mío”). El orante se dirige a Dios,
lamentándose intensamente y, al mismo tiempo, confiando infinitamente.
Esta dialéctica se ve clara en los versículos 2 y 4 del Sal 22.
- Un
orante, en medio del silencio divino, “con su súplica demuestra una
particular sensibilidad espiritual, pues experimentar a Dios como ausencia
es también una forma de relacionarse con él. Su oración representa la
paradójica experiencia de una “presencia” percibida como “ausencia”. Por
eso su grito es expresión, tanto de la ausencia como de la presencia de
Dios. Con su oración pone de manifiesto el abismo que se ha abierto entre
él y Dios; pero, al mismo tiempo, con ella expresa su fe y su confianza en
un Dios que no callará para siempre”[2].
- El
sentido de desolación y abandono que experimenta Jesús viene no sólo de la
incomprensión del hecho de la pasión en sí misma. Jesús repetidamente
había aludido al final trágico como consecuencia de su misión (cf. Mc
8-10). Tampoco el grito de la cruz debe ser entendido como un intento por
retirar la obediencia dolorosa y personal a Dios, revelada en la última
cena (Mc 14,24) y madurada en la oración del huerto (Mc 14,36). El grito,
con fuerte voz, hay que entenderlo como un lamento, una queja de Jesús, a
causa de la ausencia de Dios. Está viviendo una especie de ruptura la
revelación de Dios que continuamente había autenticado su ministerio
(bautismo, transfiguración).
- El signo
de la presencia de Dios en las tinieblas queda incomprendido. Ninguno
parece notar (excepto Jesús) aquella oscuridad que ha caído sobre toda la
tierra. La percepción de esta “distancia”, precisamente en el signo de la
“presencia”, representa para Jesús un elemento de incomprensión. Aquella
acción de Dios, aparentemente contradictoria y enigmática, le provoca un
inmenso sufrimiento que, aún sin destruir la relación de confianza en
Dios, supera los sufrimientos físicos y morales, de los que Marcos no se preocupa
tanto.
- La
incomprensión entre los dos gritos demuestra que, no sólo las tinieblas
-como signo de la presencia de Dios- no han sido comprendidas, sino que el
morir de Jesús, hasta el último instante, ha sido incomprendido por los
hombres que sólo han visto una especie de fracaso total.
- El
último grito demuestra que el dolor ha acompañado a Jesús hasta el último
momento, hasta el borde extremo de la muerte. El misterioso sufrimiento
que se reveló en el primer grito no fue mitigado ni siquiera con el hecho
de que Jesús se haya dirigido a Dios en la oración.
- Algunas
conclusiones:
- Jesús
en su muerte hace experiencia, tanto de la presencia de Dios, como de su
silencio.
- Las
únicas palabras que se oyen son las de los personajes humanos, que
interpretan el evento como un sin sentido.
- Dios
está presente, pero Jesús está solo. Dios, aún cuando esté en relación
con este hecho y esta muerte, no entra en relación inmediata con el Hijo.
- Jesús
percibe la presencia de Dios y, al mismo tiempo, sufre su distancia.
- Hay un
elemento de incomprensión en la experiencia de Dios que vive Jesús en la
cruz. Esta es la principal causa de su dolor.
- No hay
ningún indicio de lamento en cuanto a los sufrimientos físicos o morales
(abandono de los discípulos, traición de Judas, pasión, etc.), sino sólo
un altísimo grito que lanza a Dios como pregunta sobre su relación con
él. El segundo grito, inarticulado, confirma que esta tensión está
presente hasta el último instante.
El dolor con el
cual vive Jesús su relación con Dios en el momento de la cruz, no destruye su
confianza en el
Padre que ha sido punto de referencia último de su vida y su
ministerio.
El sufrimiento y la conciencia de la presencia maduran en una
oración robusta, pero esta oración no
llega a sustituir totalmente el dolor.
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