EL SILENCIO DE DIOS EN LA MUERTE DE JESÚS

según el evangelio de Marcos (Mc 15,21-41)

 

Fr. Silvio José Báez, ocd


 

En el Nuevo Testamento el evento que muestra más elocuentemente el misterio del silencio divino es la muerte de Jesús en la cruz. Nos fijamos particularmente en el relato de Marcos (Mc 15,33-37), pues es el que describe con mayor crudeza el abandono de Jesús. Jesús muere en el silencio de Dios. Las únicas palabras que escucha en la cruz son las de los hombres, que interpretan el acontecimiento como un sin sentido (Mc 15,25-32).

En la cruz, la presencia de Dios, simbolizada por las tinieblas, es al mismo tiempo, distancia de Dios, simbolizada por el silencio, por la falta de una palabra que ilumine el hecho. Dios está presente, pero Jesús está solo. Aún cuando Dios está en relación con esta muerte, no está en relación inmediata con el Hijo. Jesús percibe la presencia de Dios y, al mismo tiempo, sufre su distancia: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. El silencio de Dios en la cruz de Jesús nos enseña que experimentar a Dios como ausencia es también una forma de relacionarse con él. La cruz es la gran revelación del misterio de Dios, el Dios de Jesús, cercano y buena noticia, Padre en quien se puede confiar, pero al mismo tiempo, misterio que nos trasciende ante quien hay que abandonarse sin límites y mostrarse disponible. Como dice Jon Sobrino, “el Dios de Jesús es un Dios que es Padre y un Padre que es Dios, el misterio del Deus semper maior y, a la vez, el Deus semper minor”[1].

 

1. ESTRUCTURA DEL TEXTO (Mc 15,21-41)

 

A.   Mención de Simón de Cirene, llegada al Gólgota, intento de hacer beber a Jesús “vino mezclado con mirra”, crucifixión y división de sus vestidos (vv. 21-24).

 

B. (vv. 25-32):  tres horas de insultos - (Las “voces” de la  incomprensión humana frente a la Cruz)

q       Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron...” (v. 25)

 

-         Un letrero que expresa la causa de la condena (poder político)

§        “Los que pasaban por allí...”

-         Insultos y burlas de sacerdotes y maestros de la ley (poder religioso)

§        “Los que habían sido crucificados con él...”

 

 

B’. (vv. 33-37):  tres horas de tinieblas - (La presencia silenciosa de Dios en la Cruz)

q       Al llegar el mediodía las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las tres de la tarde” (v. 33)

 

-         Grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (v. 34)

§        Nueva incomprensión (vv. 35-36) (“bajar de la cruz”: Mc 15,30.32)

-         Grito de Jesús  -  Silencio de la muerte  (v. 37)

 

A’.   Se rasga la cortina del Templo, el centurión declara que Jesús es el Hijo de Dios, mención de las mujeres (vv. 38-41).

 

 

 

2. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE EL TEXTO

 

  1. Las tinieblas en el evangelio de Marcos (v . 33) son un hecho autónomo, no acompañado de otros signos de tipo apocalíptico (como en los otros sinópticos). Aparecen estrictamente relacionadas con el grito de Jesús en el v. 34 y sólo Jesús las percibe y reacciona frente a ellas.

 

  1. Algunas interpretaciones: (a) Indican el valor salvífico a la muerte de Jesús mostrando su dimensión escatológica y cósmica (Conzelmann); (b) En línea profética-apocalíptica, la tiniebla es signo premonitor de la catástrofe del juicio (cf. Am 8,9).

 

  1. No parece que las tinieblas aquí tengan valor apocalíptico, sino que más bien representan la presencia de Dios como Señor de la luz y de las tinieblas (cf. Is 45,7; Sal 105,28; Jb 12,22; 34,22, Is 9,15; Is 42,16ss; Hab 3,4; Sal 139,11-12; Sal 18,10-12 = 2 Sam 22,10; Sal 97,2ss; etc.). Hay textos bíblicos en donde que la presencia de Dios aparece en clara relación con las tinieblas (Ex 19,9a; 20,21; Dt 4,11-12; 5,23; 1 Re 18,8,12).

 

  1.  Hay dos elementos importantes que en cierto modo acompañan el silencio divino: “las voces” de los hombres que no llegan a comprender el misterio de aquel evento y se burlan (15,25-32), y las tinieblas, que representan simbólicamente la presencia silenciosa de Dios. En la oscuridad se hace presente Dios quien, más allá de todas las acciones humanas y las opiniones de los hombres, no evita aquella muerte, aun delante de la voluntad contraria de Jesús (Mc 14,32-42).

 

  1.  Hay una relación clara entre Bautismo, Transfiguración y Crucifixión. En el Bautismo, “se abren los cielos” (Mc 1,10) (visión y voz que sólo Jesús percibe; relación especial de filiación); en la Transfiguración, aparece “una nube” desde la que se oye una voz (Mc 9,7) (la especial relación de Jesús con Dios se explica con una voz dirigida a los tres discípulos). En las tres horas de oscuridad de la Cruz (15,33) no hay ninguna voz (divina) que ofrezca una interpretación que confirme la identidad y el actuar de Jesús. Además no hay una delimitación precisa del ámbito de las tinieblas: cubren toda la tierra. La manifestación de la relación de Jesús con Dios, que se revela en la muerte, no puede ser “limitada”, no se circunscribe de ningún modo. Todos los habitantes de la tierra son los destinatarios naturales.  Sólo el centurión (15,39), que representa la humanidad más lejana, hará después una declaración sobre la identidad de Jesús.

 

  1. La presencia de Dios, simbolizada por la oscuridad que cae sobre la tierra (Mc 15,33), es al mismo tiempo distancia de Dios, simbolizada por el silencio, por la falta de una palabra que ilumine el hecho.

 

  1. La dialéctica de la presencia de Dios, unida a su ausencia, se expresa eficazmente en el grito que con “fuerte voz” Jesús dirige al Padre, después de las tres horas de tinieblas. En las palabras iniciales del Salmo 22 se expresa, en efecto, tanto el lamento por la distancia (“¿por qué me has abandonado?”) como la certeza de una relación que todavía existe (“Dios mío, Dios mío”). El orante se dirige a Dios, lamentándose intensamente y, al mismo tiempo, confiando infinitamente. Esta dialéctica se ve clara en los versículos 2 y 4 del Sal 22.

 

  1. Un orante, en medio del silencio divino, “con su súplica demuestra una particular sensibilidad espiritual, pues experimentar a Dios como ausencia es también una forma de relacionarse con él. Su oración representa la paradójica experiencia de una “presencia” percibida como “ausencia”. Por eso su grito es expresión, tanto de la ausencia como de la presencia de Dios. Con su oración pone de manifiesto el abismo que se ha abierto entre él y Dios; pero, al mismo tiempo, con ella expresa su fe y su confianza en un Dios que no callará para siempre”[2].

 

  1. El sentido de desolación y abandono que experimenta Jesús viene no sólo de la incomprensión del hecho de la pasión en sí misma. Jesús repetidamente había aludido al final trágico como consecuencia de su misión (cf. Mc 8-10). Tampoco el grito de la cruz debe ser entendido como un intento por retirar la obediencia dolorosa y personal a Dios, revelada en la última cena (Mc 14,24) y madurada en la oración del huerto (Mc 14,36). El grito, con fuerte voz, hay que entenderlo como un lamento, una queja de Jesús, a causa de la ausencia de Dios. Está viviendo una especie de ruptura la revelación de Dios que continuamente había autenticado su ministerio (bautismo, transfiguración).

 

  1. El signo de la presencia de Dios en las tinieblas queda incomprendido. Ninguno parece notar (excepto Jesús) aquella oscuridad que ha caído sobre toda la tierra. La percepción de esta “distancia”, precisamente en el signo de la “presencia”, representa para Jesús un elemento de incomprensión. Aquella acción de Dios, aparentemente contradictoria y enigmática, le provoca un inmenso sufrimiento que, aún sin destruir la relación de confianza en Dios, supera los sufrimientos físicos y morales, de los que Marcos no se preocupa tanto.

 

  1. La incomprensión entre los dos gritos demuestra que, no sólo las tinieblas -como signo de la presencia de Dios- no han sido comprendidas, sino que el morir de Jesús, hasta el último instante, ha sido incomprendido por los hombres que sólo han visto una especie de fracaso total.

 

  1. El último grito demuestra que el dolor ha acompañado a Jesús hasta el último momento, hasta el borde extremo de la muerte. El misterioso sufrimiento que se reveló en el primer grito no fue mitigado ni siquiera con el hecho de que Jesús se haya dirigido a Dios en la oración.

 

  1. Algunas conclusiones:

 

    1. Jesús en su muerte hace experiencia, tanto de la presencia de Dios, como de su silencio.
    2. Las únicas palabras que se oyen son las de los personajes humanos, que interpretan el evento como un sin sentido.
    3. Dios está presente, pero Jesús está solo. Dios, aún cuando esté en relación con este hecho y esta muerte, no entra en relación inmediata con el Hijo.
    4. Jesús percibe la presencia de Dios y, al mismo tiempo, sufre su distancia.
    5. Hay un elemento de incomprensión en la experiencia de Dios que vive Jesús en la cruz. Esta es la principal causa de su dolor.
    6. No hay ningún indicio de lamento en cuanto a los sufrimientos físicos o morales (abandono de los discípulos, traición de Judas, pasión, etc.), sino sólo un altísimo grito que lanza a Dios como pregunta sobre su relación con él. El segundo grito, inarticulado, confirma que esta tensión está presente hasta el último instante.

                    El dolor con el cual vive Jesús su relación con Dios en el momento de la cruz, no destruye su confianza en el                         Padre que ha sido punto de referencia último de su vida y su ministerio. 

                    El sufrimiento y la conciencia de la presencia maduran en una oración robusta, pero esta oración no 

                    llega a sustituir totalmente el dolor.


[1] Cf. J. Sobrino, “Qué queda de la teología de la liberación?”, Exodo 38 (1997) 48-53.

[2] Cf. S.J.Báez, Tiempo de callar, tiempo de hablar, 180