PRIMER DOMINGO DE
ADVIENTO
(Ciclo
C)
Jeremías 33,14-16
El tiempo del adviento es un período
propicio para renovar nuestra esperanza en la cercanía y en la gratuidad de la
salvación de Dios. Las lecturas bíblicas de este primer domingo nos presentan a
un Dios comprometido en transformar y llevar a su plenitud la historia humana.
El profeta Jeremías anuncia el discreto brote de un retoño de paz y de justicia
en medio de la aridez de la vida humana y Lucas proclama el regreso del Hijo
del hombre como el evento liberador por excelencia. El hombre, por su parte, es
llamado a responder con la vigilancia y el compromiso de una ética personal que
vaya anticipando en el hoy de cada día la salvación definitiva. Acción
liberadora de Dios y respuesta humana esperanzada y vigilante son la síntesis
de la espiritualidad del adviento y de toda la existencia cristiana.
La
primera lectura (Jer
33,14-16) constituye un clásico oráculo de esperanza en el que se
anuncia el surgimiento de un nuevo soberano para la casa de Judá. El texto
inicia con la conocida frase profética: “Vendrán días, oráculo del Señor” (Jer
33,14), con la que se invita al pueblo a mirar el futuro con confianza en Dios.
Los días que están por venir están en las manos del Señor y forman parte de su
proyecto de salvación. El nuevo rey es descrito por el profeta con el símbolo
vegetal del “retoño”: “En aquellos días, suscitaré a David un retoño legítimo
que practicará el derecho y la justicia en el país” (Jer 33,15). En el desierto
desolado de los hombres, en el tronco seco y árido de la dinastía de David,
Dios hará brotar un pequeño signo de vida. Dios hace posible otra vez el
milagro de la esperanza y de la salvación. Su amor no se extingue jamás y se
sigue manifestando en medio de la esterilidad y el fracaso de las acciones
humanas. El nuevo rey anunciado por el profeta será un auténtico representante
de Yahvéh, el Dios que “ama la justicia y el derecho” (Sal 33,5; 37,28; 146,8).
Su mismo nombre será: “Yahvéh-nuestra-justicia” (Jer 33,16). Se opone a
Sedecías, el monarca de turno, injusto e incapaz, y cuyo nombre en hebreo
irónicamente se puede traducir como “Yahvéh es justo”. La verdadera “justicia”, que en la Biblia abarca
dimensiones sociales y personales y que es sinónimo de salvación integral del
hombre, será obra de aquel otro rey anunciado por el profeta y cuyo nombre es
todo un proyecto de vida a favor del pueblo cansado y sufrido. A pesar de los
pecados personales, las infidelidades del pueblo y los manejos políticos
corruptos y violentos, hay motivos para seguir esperando en la justicia y en la
paz.
La
segunda lectura (1
Tes 3,12-4,2) está tomada del escrito más antiguo del Nuevo Testamento,
en donde la segunda venida del Señor constituye un motivo dominante. Se espera
que de un momento a otro aparezca Cristo con toda la gloria de su divinidad,
rodeado de nubes en el cielo, para llevar consigo a sus elegidos y transformar para siempre nuestra historia
(1 Tes 5,13-18). Sin embargo, a estos mismos creyentes a quienes se invita a
esperar con impaciencia la vuelta del Señor, Pablo les propone unas pautas de
comportamiento y una escala de valores muy concretos. A Jesús no se le espera
de cualquier manera. El sentido definitivo de la historia, que se manifestará
al final con el regreso glorioso de Cristo, se va construyendo y anticipando
cotidianamente a través de una conducta agradable a Dios. Pablo exhorta a los
cristianos a actuar para “agradar a Dios”
(1 Tes 4,1). Esta es la norma de vida fundamental de toda la moral
cristiana. De esta forma los creyentes esperan la venida de Jesús “fuertes e
irreprochables, como consagrados en presencia de Dios, nuestro Padre” (1 Tes
3,13). La expresión concreta de esta forma de vida es el amor mutuo. Con razón
se puede resumir la exhortación moral de Pablo con estas palabras: “Que el
Señor os haga crecer y desbordar de amor de unos a otros” (1 Tes 3,12).
El
evangelio (Lc
21,25-28-34-36) describe la venida del Hijo del hombre por medio del
lenguaje metafórico de las catástrofes cósmicas (vv. 25-26). Estas imágenes de
calamidades con proporciones universales y desastres naturales sorprendentes
formaban parte del lenguaje habitual de los autores apocalípticos para
describir las intervenciones de Dios. En ninguna forma deben ser interpretadas
en forma literal. Lucas utiliza este mismo lenguaje simbólico para comunicar
una verdad más profunda y radical: la cercanía salvadora de Dios. Lo decisivo
del texto es el anuncio de la venida del Hijo del Hombre, “en una nube, con gran
poder y gloria” (v. 27). La expresión “Hijo de hombre” está tomada del libro de
Daniel y designa al Mesías que al final de los tiempos realizará la salvación
definitiva de Dios a favor de sus elegidos.
El Hijo del hombre es Jesucristo y
su venida es presentada por Lucas como el gran acontecimiento de la liberación
humana. Los signos anticipadores de su venida indican la llegada de esta
liberación que acontece en nuestra misma historia: “Cuando empiecen a suceder
estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra
liberación” (Lc 21,28). Es ahora cuando tenemos que renovar nuestra esperanza y
levantar la cabeza, es decir, colaborar activamente en la construcción del
reino de Dios. Lo que será definitivo al final, se va realizando ya día a día
por obra del mismo Cristo en el camino histórico de la humanidad.
Lucas ofrece también líneas
concretas de conducta para vivir evangélicamente en la espera del Señor y
presentarnos confiadamente ante él cuando venga en su gloria: “Procurad que
vuestros corazones no se entorpezcan por el exceso de comida, por las
borracheras y las preocupaciones de esta vida, porque entonces ese día caerá de
improviso sobre vosotros... Estad
atentos, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que vendrá
y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre” (v. 36). Ante los
signos de los tiempos que indican la cercanía de la salvación es necesario
realizar una opción moral adecuada y concreta. Por eso el cristiano se esfuerza
cada día por liberarse de la “pesadez del corazón”, es decir, de la
indiferencia, la inmoralidad y la superficialidad que le impiden contemplar a
Dios como Padre y a los demás como hermanos. Igualmente ora “en todo tiempo”
guiado por el Espíritu y en solidaridad con toda la creación que espera ser
redimida de la corrupción para gozar de la libertad de los hijos de Dios (Rom
8,18-25).