Gál
5,16-25 describe la nueva situación del hombre que vive “en Cristo”.
Su vida está marcada por la libertad frente a la carne (“instintos egoístas”)
y frente la ley (“toda coacción y norma exterior”). La ética cristiana,
responsable y libre, está enraizada en la docilidad al Espíritu, que es vida y
amor. Es una vida en libertad, sin estar dominado ni por la carne, ni por
ninguna ley. Una existencia al servicio del amor. Una libertad que se conserva
siendo guiados en todo momento interiormente por la fuerza y la gracia del Espíritu.
Lo que pide la ley se vuelve obligación y carga, lo que nace del Espíritu se
torna la manera natural y espontánea de actuar. Las obras de la carne y el
fruto del Espíritu no son un simple catálogo de vicios y de virtudes, sino
algunos ejemplos que describen consecuencias intrínsecas visibles de dos formas
opuestas de orientar la vida. Aunque las tendencias de la carne acompañaran
siempre al ser humano, Pablo recuerda que es posible “crucificar” la carne
con sus apetencias y pasiones; es decir, hacer que Cristo y el Espíritu se
conviertan en principio dinamizador y orientador de toda la existencia.