Gen 9, 8-15
1Pe 3,18-22
Mc 1,12-15
Las lecturas del primer domingo de
cuaresma nos introducen en el camino de la renovación del bautismo y nos llaman
a la conversión. La primera lectura evoca el diluvio, aquel primer
“bautismo” por el que tuvo que pasar el universo para que surgiera una nueva
creación; en el evangelio resuenan las palabras inaugurales del
ministerio de Jesús, proclamando la gracia del reino y llamando a los hombres a
la conversión.
La
primera lectura (Gen
9,8-15) es el relato de la alianza de Dios con el universo después del
diluvio. El texto pertenece a la tradición sacerdotal del Pentateuco, teología
que surgió en Israel en el período inmediatamente posterior al exilio. El
diluvio, según el relato del libro del Génesis, no fue simplemente un
gigantesco cataclismo o un terrible castigo de Dios. En la Biblia es descrito
como un regreso al caos original que describe Gen 1,2. Dios hizo que todo el
universo, corrupto por la violencia y la maldad (Gen 6,11-12), volviera a
entrar en aquel vientre oscuro y primordial de las aguas caóticas, de forma tal
que todo fuera destruido. Fue una especie de “purificación cósmica”. La
destrucción y el regreso parcial al caos era la condición necesaria de esta
renovación. Dios destruyó todo cuanto había creado, para dar inicio a una
“nueva creación”. El simbolismo de las aguas que cubren la tierra evoca el paso
hacia la muerte y hacia la resurrección: la inmersión es una reintegración
temporal en la muerte; salir de las aguas es una nueva creación. El diluvio es
una especie de “bautismo” de todo el universo. El relato es presentado como una
renovación del cosmos entero. El nuevo universo que surge después del diluvio
tiene su fundamento y su sostén en la alianza. Un nuevo comienzo que fue
posible porque Noé, “encontró gracia a los ojos del Señor” (Gen 6,8), porque
era “un hombre justo y honrado entre sus contemporáneos, un hombre fiel a Dios”
(Gen 6,9). También la nueva y eterna alianza se funda en la obediencia y la
fidelidad de un hombre, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.
El texto que leemos hoy en la
liturgia anuncia una alianza entre Dios y el cosmos, después del diluvio, a
través de la cual se garantiza que no existirá otra destrucción similar. Dios
se compromete con toda la creación en forma unilateral e incondicionada. Se
trata de una alianza eterna (hebreo: berit olam), que no se tiene que
renovar periódicamente, ni depende de la buena voluntad de los hombres. Dios se
compromete a recordar este pacto y el signo de ello es el “arco iris”.
Proyectando a la historia de los orígenes de la humanidad esta alianza, mucho
tiempo antes de la existencia de Israel, el texto introduce en la teología de
la Biblia una perspectiva fuertemente universalista: Dios se compromete a
conservar la vida de toda la humanidad. El nuevo universo, que surge después
del diluvio, no depende de la humanidad, sino que permanece anclado en el recuerdo
de Dios (Gen 9:15: “me acordaré de mi alianza con ustedes y con todos los
vivientes de la tierra”). La estabilidad del universo post-diluviano, al cual
pertenecemos nosotros, echa sus raíces en la memoria de Dios, es decir, en su
misericordia fiel. Esta es nuestra confianza delante de cualquier fuerza de mal
o de violencia que amenace destruir nuestro mundo.
La
segunda lectura (1Pe
3,18-22) es una antigua catequesis bautismal de la iglesia primitiva. La
oscura expresión “predicar a los espíritus encarcelados” probablemente es una
alusión a la muerte y resurrección de Cristo. El autor de la carta desarrolla
su interpretación alegórica de la figura de Noé y del acontecimiento del
diluvio en clave bautismal.
El evangelio
(Mc 1,12-15) de hoy presenta a Jesús,
antes de iniciar su ministerio, en el desierto, sometido a la prueba y a la
tentación. Jesús, el Hijo de Dios, posee una real condición humana y como todo
hombre experimentó el desierto y la lucha por ser fiel al proyecto de Dios y a
sí mismo (1,12). El
evangelio de Marcos lo describe como un nuevo Adán, como un nuevo
principio de la humanidad, viviendo pacíficamente junto a las fieras (1,13),
como Adán al inicio de la creación en el jardín del Edén (Gen 2). Pero también
es el Mesías. Como había anunciado Isaías, con el Mesías llegaría el
tiempo de la paz definitiva y universal, el tiempo de la convivencia fraterna
entre los hombres, y entre los hombres y el cosmos entero (Is 11). Jesús es
buena noticia porque en él la humanidad entera encuentra su plenitud en la paz
y en la reconciliación universal.
A continuación escuchamos, al inicio
del ministerio público, el kerigma inicial de Jesús, que Marcos llama “evangelio
de Dios” (Mc 1,4). Esta
“buena noticia” es de Dios porque él es el sujeto que ha tomado la iniciativa
del mensaje, pero también porque es su objeto y su contenido. En realidad Jesús
anuncia a Dios mismo como “buena noticia”. Con la proclamación del reino la
historia de la salvación llega a su plenitud. El reino es el cumplimiento de
las promesas de Dios. En el judaísmo del tiempo de Jesús, la expresión
"reino de Dios" resumía todo lo que Israel esperaba de los tiempos mesiánicos
como época de la manifestación definitiva de Dios. El reino es la buena noticia
de que Dios ha intervenido en la historia misteriosamente para transformarlo
todo. Es el anuncio de la salvación y del perdón, de la vida y de la paz, de la
justicia y de la libertad que Dios dona a todos los hombres. Cuando Jesús
anuncia que el reino está llegando, está diciendo que Dios, como señor y rey
absoluto del cosmos y de la historia, muestra su soberanía, su amor
misericordioso y su justicia. Dios se presenta como soberano ofreciendo el
perdón a los pecadores, haciendo justicia a los pobres y donando a todos la
vida y la salvación. A la intervención de Dios el discípulo responde con el
compromiso y la respuesta de la fe, que se manifiesta sobre todo a través de
“la conversión”. Cada hombre deberá modelar y orientar su conducta y su
mentalidad según los valores del reino. La respuesta al reino supone un cambio
de ruta en el camino de la vida, una nueva forma de relacionarse con Dios, con
los demás y con el mundo. La conversión se apoya en la fe. Convertirse y creer
en el evangelio son dos caras de la misma realidad. El hombre se convierte en
la medida en que se adhiera a Cristo y al evangelio y cree en el proyecto de
Dios.
Con el primer domingo de cuaresma tomamos conciencia de la fidelidad de Dios que da la vida al universo y de la necesidad de entrar también nosotros en la muerte, para que sea destruido nuestro hombre viejo y poder resucitar con Cristo a una vida nueva. El signo eficaz de este paso es el bautismo; el camino es el itinerario de la conversión hacia la pascua, sostenidos por la palabra de Dios.
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