El discurso de Pedro en Pentecostés

(Hch 2,14.22-33)


 Los discursos del libro de los Hechos pretenden ayudar al lector a profundizar en el sentido de los acontecimientos narrados y a descubrir el fundamento último de ellos: la muerte y resurrección de Jesucristo como evento salvador para toda la humanidad. En el trozo que se proclama hoy en la liturgia es fácil descubrir tres partes: (a) Invitación a escuchar: "Israelitas escuchen" (v. 22a); (b) Exposición del acontecimiento: Dios ha resucitado a Jesús Nazareno (v. 22b-24); (c) Testimonio de la Escritura: Sal 16,8-11 (vv. 25-28).

Pedro inicia invitando a la escucha: "Israelitas escuchen" (v. 22a). En la tradición bíblica, sobre todo en la teología deuteronomista, la invitación a "la escucha" introducía los grandes discursos divinos (cf. Dt 4,1; 5,1; 6,4; 9,1; etc.). Pedro, por tanto, presenta su discurso en continuidad con las palabras divinas que en otro tiempo Yahvéh había dirigido a Israel a través de Moisés y de los profetas. Se dirige a todo Israel, el pueblo destinatario de las promesas, e inicia presentando una síntesis de la vida pública de Jesús "el Nazareno". La praxis de Jesús es reveladora del misterio de Dios y de su reino en cuanto que con sus milagros y signos ha inaugurado el tiempo de la salvación y ha hecho presente el poder liberador de Dios (v. 22b). Después de haber legitimado la dimensión divina de la praxis liberadora de Jesús, Pedro denuncia la injusta muerte a la que lo condenaron precisamente los habitantes de Jerusalén ("¡ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz!"), por medio de los "impíos" (literalmente: los "ánomos", los "sin ley"), es decir, los romanos (v. 23). La acusación de los habitantes de Jerusalén acerca de la muerte de Jesús, sin embargo, no tiene el tono de una polémica antijudía, ni de una condena de Israel. Al respecto comenta el conocido escriturista Jacques Dupont: "El tono es el de los profetas de la Biblia, no el de un antisemitismo pagano". Las palabras de Pedro van orientadas a suscitar el arrepentimiento del pueblo: a todo judío se le abre la puerta de la conversión. El hecho de que la muerte de Jesús forme parte del designio divino no excluye la responsabilidad y por tanto la culpabilidad del hombre. Plan de Dios y libertad humana no se anulan recíprocamente. A la denuncia de la muerte injusta de Jesús por manos de los hombres, Pedro añade el anuncio de la obra de Dios que lo ha librado de la muerte: "¡A éste, Dios le resucitó, librándolo de los dolores de la muerte!" (v. 24). (En un famoso códice griego –el códice occidental– de los Hechos de los Apóstoles se habla de "Hades" en lugar de "muerte"). En cualquier caso, la afirmación fundamental del kerigma cristiano se centra en la intervención poderosa de Dios que resucita a Jesús de entre los muertos. Lucas habla de liberación de los "dolores de la muerte" (ódines tou thánatos) en el v. 24. La palabra griega odin indica los dolores del alumbramiento, los dolores que acompañan el parto (cf. Mt 24,8; Mc 13,8; 1Tes 5,3), que en la escatología judía tardía habían llegado a ser símbolo de la llegada del final de la historia. La imagen del v. 24 es única en la Biblia, ya que normalmente es Dios quien da la vida: se representa la muerte como una mujer que da a la luz a Jesús, y la resurreción como un nacimiento que ocurre en el seno de la muerte. Esta última no ha podido impedir este "parto", de igual forma que una mujer no puede retener en su seno al hijo que está a punto de nacer. Dios ha puesto fin a "los dolores de la muerte", arrancando a Jesús de sus entrañas: "era imposible que la muerte lo retuviera en su poder" (v. 24).

El núcleo central del discurso del Pedro es la Pascua de Cristo, que según una práxis exegética de la comunidad cristiana primitiva se describe utilizando un texto bíblico: el Salmo 16 (vv. 25-28). Se trata de un bellísimo cántico que expresa la fidelidad gozosa del creyente y su certeza de salvación y felicidad plena. Más allá de la precisa intuición del salmista Pedro asume el salmo como emblema del acontecimiento pascual de Cristo. Las imagenes del cántico (la contemplación del rostro divino, el camino de la vida, el gozo perfecto, la permanencia a la derecha de Dios) adquieren valor mesiánico y son aplicadas a Cristo Resucitado. De esta forma la resurrección del Señor se coloca en continuación con la esperanza bíblica y se inserta dentro del inmenso proyecto divino de salvación y de vida para todos.