Isaías 5,1-6

El texto inicia como una canción de amor y termina como acusación jurídica. El profeta introduce en forma velada, a través del canto del amigo que ama su viña, un caso de justicia que exige la intervención del auditorio. La imagen de la viña, con todo lo que supone de relación entre el agricultor y la tierra–vid, es claramente una metáfora de la relación hombre–mujer, o mejor aún, marido–esposa (Véase Cantar de los Cantares 1,6.14; 2,15; 8,12). Esto explica los matices de cuidado amoroso entre el amigo y su viña. Es, en realidad, una traducción en términos esponsalicios de la relación de alianza entre Yahvéh e Israel. Yahvéh es el esposo–agricultor, Israel es la esposa–viña. En los primeros cinco versículos del poema se subraya fuertemente la acción del viñador enamorado de su viña, que se esmera en hacer todo por ella (cavar la tierra, quitar las piedras, plantar cepas selectas, construir una torre, cavar un lagar). Particularmente importante es la doble repetición del verbo “hacer” (en hebreo: `asah) en el v. 4: “¿Qué más debí hacer por mi viña que yo no haya hecho? Este “hacer” del viñador, evoca el actuar salvífico de Dios en favor de su pueblo: Yahvéh ha salvado a Israel de la esclavitud y lo ha llevado a la tierra, bendiciéndolo en toda forma. Ahora bien, a este “hacer” de Dios corresponde un “esperar”. El Señor espera una respuesta coherente y fiel de parte de su pueblo. El verbo esperar (en hebreo: qawah), en efecto, aparece tres veces en el poema: “Esperaba que diera buenas uvas pero dio racimos amargos” (v. 2), “¿Por qué esperando uvas dio racimos amargos? (v. 4), “Esperaba justicia y no hay más que asesinatos” (v. 7). El viñador esperaba que la viña, objeto de tantos cuidados, diera un buen fruto, es decir, uvas. Es importante saber que en hebreo “dar fruto” se dice “hacer fruto”. Por tanto, en el poema se subraya que al “hacer” del viñador debería corresponder el “hacer” de la viña. Sin utilizar lenguaje metafórico, el mensaje es claro: Dios espera que Israel actúe el bien, que su conducta corresponda a su acción divina amorosa. Si el “hacer” de Dios, originario y salvador, es el bien y la justicia en favor de su pueblo, el “hacer” del Israel histórico debe ser la manifestación concreta de esta justicia.

La espera de Dios (viñador) no es interesada. No es simplemente que Dios espera el fruto de su trabajo, como cualquier obrero. Lo que Dios espera es que la viña sea viña, y que dé su fruto auténtico, ya que el fruto revela la naturaleza de la planta (Mt 7,20: “Por sus frutos los conoceréis”). El amor cuidadoso y perseverante del viñador, o mejor aún, el amor del esposo, exige reciprocidad en el darse. El fruto de Israel–viña no es simple retribución o recompensa a las acciones de Dios, sino que representa la libre y autónoma naturaleza espiritual del hombre, capaz de amar y de donarse en gratuidad y generosidad sin límites. La viña en realidad produce frutos, pero en lugar de los frutos esperados (uvas), aparecen frutos que no se pueden comer (racimos amargos). La viña no llega a ser lo que debería ser. Tal resultado tiene connotaciones de infidelidad nupcial y el cántico se vuelve el lamento de un enamorado desilusionado. En el v. 7 el texto hebreo presenta un interesante juego de palabras que subraya el contraste de oposición entre el fruto esperado por el viñador y el fruto dado por la vid: “Esperaba cumplimiento de la ley (mishpát) y no hay más que asesinatos (mispáh), esperaba justicia (tsedaqáh) y no hay más que lamentos (seaqáh)”. Aparentemente Israel produce frutos buenos, pero en realidad estos frutos son absolutamente desagradables. El texto concluye con el severo juicio del dueño de la viña, irritado y desilusionado. Las personas que escuchaban al profeta seguramente compartieron el veredicto: esa viña no merecía ya ser objeto del cuidado amoroso del viñador. Lo duro es que esa viña son ellos mismos, los que escuchan al profeta y, por tanto, el juicio condenatorio se vuelve contra ellos: “La viña del Señor Todopoderoso son ustedes, el pueblo de Israel y la gente de Judá” (v. 7). Israel mismo se auto–condena porque ha producido sangre en vez de justicia y gritos de oprimidos que atestiguan la falta de derecho y rectitud. Cada hombre se auto–condena cuando no corresponde a la acción salvadora de Dios, cuando no es lo que tiene que ser y lo que Dios espera de él, cuando no da frutos de amor auténtico y solidario hacia los otros. El dinamismo de la salvación es doble: supone el movimiento del viñador que planta y cuida la viña, e implica también la respuesta de la viña con sus frutos. La gracia y las obras se entrecruzan en la historia de la salvación y la existencia de cada hombre, en un diálogo armonioso y fecundo que dura toda la vida.