SEGUNDA LECTURA

 

Comentario Bíblico            

      La segunda lectura (Rom 8,14-17.26-27) recoge algunos versículos del capítulo 8 de la carta a los romanos, en donde Pablo hace explícita referencia a la acción del Espíritu en la oración. Para Pablo el Espíritu es el don pascual por excelencia, que posibilita la vida nueva del Señor Resucitado en la vida del creyente. En el pasado la columna de fuego y de nube guiaban a Israel en el desierto (Dt 1,33); ahora es el Espíritu de Dios el que guía al cristiano en los caminos de la historia, hasta la plenitud de la herencia compartida con Cristo Señor (v. 17). Mientras tanto, el mismo Espíritu posibilita en nosotros la actitud y la oración propia de Jesús, que llamaba a Dios “Abbá”, es decir “Padre” (cf. Mc 14,36a; Gál 4,6). La palabra Abbá pertenece a las expresiones familiares del niño, como nuestro término “papá”. La fe cristiana ha interpretado esta invocación de Jesús como la expresión de su íntima comunión con Dios y de su singular conciencia de filiación, de la cual puede participar todo aquel que acepta el don del Reino y se abre al Padre aceptando la palabra de Jesús.

            Los últimos versículos nos hablan de "los gemidos inefables del Espíritu" (vv. 26-27). Al anhelo del parto de la nueva creación y del hombre nuevo se une el deseo apasionado y ansioso del Espíritu en nuestros corazones. El Espíritu de Dios es presentado como un mediador eficaz y poderoso. El hombre, como un niño pequeño que todavía no sabe hablar debidamente, no logra formular su deseo más profundo con relación a la renovación radical de este mundo. El Espíritu se encarga de hacerlo, convirtiéndose no sólo en principio y dinamismo de la acción del creyente, sino de su propia oración: el Espíritu hace posible la súplica perfecta en nuestros corazones, la verdadera oración que no conoce la debilidad de nuestra condición humana que "ni siquiera sabe pedir lo que conviene" (Rom 8,26). El Espíritu se vuelve así intérprete e intercesor de la oración del creyente. De la verdadera oración, de aquella que es sostenida por la fuerza de Dios y que conduce a él, pues "Dios, que examina los corazones, conoce el pensar del Espíritu, que intercede por los creyentes según la voluntad de Dios" (Rom 8,27). El texto paulino es una invitación a vivir y a orar "en el Espíritu", es decir, en sintonía interior con el Espíritu de Dios, "que viene en ayuda de nuestra debilidad" (Rom 8,26) y "que escudriña todo, incluso las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10).

 

Comentario teresiano 

            La experiencia de Teresa de Jesús es una experiencia de docilidad a los caminos y mociones del Espíritu. Ella sabe que “lleva el Señor por diferentes caminos” (Fund 18,6; cf. C 17,2) y por eso aconseja a quien debe guiar a otros: “Han de mirar que no las ponen allí para que escojan el camino a su gusto...; no han de pensar que conocen luego las almas. Dejen esto para Dios, que es solo quien puede entenderlo; sino procuren llevar a cada una por donde su Majestad la lleva” (Fund 18,9). Esto es vida espiritual auténtica: dejarse conducir por el Espíritu. Y esto exige mucha oración, capacidad de escucha de Dios y de los otros, humildad y fuerte visión contemplativa de la vida. Pero sobre todo Teresa es la gran evangelista de la oración. Así como Pablo invita a orar en el Espíritu, Teresa también exhorta: “Y quien no la ha comenzado (la oración), por amor del Señor, le ruego yo no carezca de tanto bien” (Vida 8, 5). La ha definido como “un tratar de amistad  estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5). Está convencida que “para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la oración”. Y a continuación añade: “cerrada ésta, no sé cómo las hará, aunque quiera entrar a regalarse y a regarlarnos” (Vida 8,9). “Abrir la puerta” es la expresión con que Teresa definiría la oración en el Espíritu. Significa adoptar una actitud receptiva, acogedora, “abierta”, con la que manifestamos nuestra voluntad de recibir a una persona que espera, que está ahí. En términos de relación, significa acoger el amor, responder a una presencia con un gesto de comunión. Por eso el gran evangelio de la oración teresiana se puede resumir en esta frase: “Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor” (Vida 37,5).

VOLVER - PRIMERA LECTURA - EVANGELIO