EVANGELIO

       

       El evangelio (Jn 7,14-18-37.39) puede dividirse en dos partes, cada una de ellas con una temática propia: (a) vv. 14-18: el origen misterioso de la enseñanza de Jesús; (b) vv. 37-39: la promesa del Espíritu como río de agua viva en el corazón del creyente.

Comentario bíblico

            (a) El origen misterioso de la enseñanza de Jesús.-  Las palabras de Jesús resultan sorprendentes para sus oyentes judíos. ¿Quién lo ha constituido maestro en Israel?, ¿con qué autoridad enseña en el Templo de Jerusalén? No hay que olvidar que la autoridad para enseñar le era conferida al alumno de parte del maestro y de la escuela en la que había estudiado. Jesús, en cambio, no había frecuentado ninguna escuela rabínica, ni había sido entrenado académicamente en las técnicas tradicionales de la interpretación de la Escritura. Para los enemigos de Jesús, él no poseía ninguna autorización para ejercer como maestro. La respuesta de Jesús, sin embargo, es clara: “Mi enseñanza no procede de mí, sino de aquél que me envió. El que está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, podrá experimentar si mi enseñanza viene de Dios o si yo hablo por mi cuenta” (Jn 7,17). La doctrina de Jesús, su palabra, y él mismo como Palabra, es la revelación última y definitiva de Dios. La autoridad de Jesús se fundamenta en dos aspectos íntimamente relacionados entre sí. Uno de carácter objetivo, histórico: la palabra de Jesús revela y hace presente al Padre (v. 17); otro de carácter subjetivo, personal: Jesús no busca su propia gloria, sino la de Aquél que lo ha enviado (v. 18).

Comentario teresiano 

            La doctrina teresiana tampoco se fundamenta en conocimientos académicos aprendidos racionalmente. Teresa enseña a partir de la vida. Al inicio de Camino de Perfección lo afirma como presupuesto fundamental de su magisterio: “No diré cosa que en mí o por verla en otras, no la tenga por experiencia” (Pról. 3). Es consciente que comunica realidades que la trascienden, caminos y experiencias que revelan y conducen al misterio de Dios. Al inicio de las Quintas Moradas confiesa: “creo fuera mejor no decir nada”, aunque a continuación deja que su espíritu y su pluma corran dóciles bajo la acción del Espíritu: “Enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda dar alguna (comparación) a estas vuestras siervas, pues sois servido de que gocen algunas de ellas de tan ordinariamente de estos goces” (5 M 1,1).

 Comentario Bíblico   

            (b) La promesa del Espíritu.- Los vv. 37-39 son, al mismo tiempo, una promesa y una invitación. Durante la fiesta de las tiendas, en el momento más solemne, Jesús anuncia el don del Espíritu Santo (v. 39): “Si alguien tiene sed, ¡que venga a mí y beba! El que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno brotarán ríos de agua viva” (v. 37-38). La palabra “seno” (griego: koilía) es sinónimo de “corazón”, es decir, el lugar de las emociones, los pensamientos y las decisiones, el lugar más íntimo del hombre. El agua es muchas veces imagen de la ley vivificante, de la que se había anunciado continuamente que el día de la alianza nueva quedaría grabada en los corazones. Jesús se presenta como aquel que realiza la promesa. El agua es también símbolo del Espíritu que se derramará al final de los tiempos. Jesús infundirá el Espíritu después de la Pascua, el Espíritu de la Verdad que mora en el creyente (Jn 14,16), el Consolador que anima la experiencia interior, el testimonio de los discípulos y que los conduce a la verdad completa, haciendo siempre viva y actual la palabra de Jesús (Jn 16,7-10; Jn 14,26). Los creyentes recibirán el Espíritu del Hijo, haciéndose ellos mismos hijos vueltos hacia el Padre.

Comentario teresiano

                        El simbolismo del agua, que hoy el evangelio aplica al Espíritu, es frecuente en las obras de la Santa para referirse a la oración. Todo el camino de la oración lo desarrolla a partir de la comparación con las distintas formas de regar el huerto. El don de la contemplación es “agua de vida” (Camino 21,3), y las primeras prácticas de meditación no son otra cosa sino “sacar agua del pozo muy a su trabajo” (Vida 11,9). Teresa está convencida de que el don del agua de la oración-contemplación es un don de Jesús que sacia las aspiraciones más hondas del hombre: “¡Bendito sea el que nos convida que vayamos a beber en su evangelio! Y así como en nuestro Bien y Señor no puede haber cosa que sea cabal, como es solo de El darnos esta agua, da la que hemos menester” (Camino Esc. 31,5). El orante, que busca “regar el huerto”, debe fundamentar su oración en el convencimiento de que “hace placer y servicio al Señor de la huerta” (Vida 11,10), de “que sabe que le contenta en aquello, y su intento no ha de ser contentarse a sí, sino a Él”. Consigna límpida, teologal, decisiva. La oración-amistad define al cristiano y se identifica con el seguimiento de Jesús.

 

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