María: Sierva del Señor

María nos enseña a ver la vida con el corazón, contemplando con fe las cosas que Dios va realizando en nosotros y en la historia de la humanidad. María representa el punto de llegada de la experiencia religiosa de los pobres de Yahvéh, que esperaban con fe y humildad la venida del Mesías-salvador. Ella es lo mejor de Israel, el vértice más alto de la experiencia creyente del pueblo de la antigua alianza.

María es también el modelo del discípulo del Nuevo Testamento. Mirar a la Madre del Señor es comprender lo que nosotros somos y estamos llamados a ser como creyentes que intentamos decir sí a Cristo todos los días de nuestra existencia. María es el Abraham del Nuevo Testamento, que sale sin saber adónde va y se abandona totalmente a Dios y a sus designios. María, “sierva del Señor”, representa lo que debe ser cada discípulo de Cristo y la Iglesia de todos los tiempos.

La Iglesia deberá vivir su santidad y su fidelidad en la vida ordinaria, como María, sin buscar ninguna grandeza, ni ningún signo extraordinario. La Iglesia, como María, deberá vivir de pobreza y de fe. Una Iglesia pobre, sin ambición de poder y cercana y solidaria con los pobres de este mundo, que como María, son objeto del amor predilecto de Dios. Una Iglesia arraigada en la fe, que no sea simplemente una organización religiosa, con mayor o menor poder, sino una comunidad consagrada a realizar el proyecto de Dios, que busca a oscuras sus misteriosos caminos, que confía sin reservas y  que pone en el centro de su vida la Palabra de Dios. Una comunidad que sabe que sirve a Dios y que no pretende nunca usurpar su puesto o reducir su misterio. Una Iglesia, como María, servidora de Dios y de los hombres, que camina con confianza infinita en el Señor en medio de los obstáculos, las infidelidades, las traiciones y las persecuciones de la historia.