Gálatas 5, 22: “El fruto del Espíritu es el amor”

El creyente que vive “en el Espíritu” no se mueve ya por una ley exterior sino por el mismo Espíritu que se convierte en el principio interior de conducta liberándolo de la ley (Rom 8,1-4) para servir en el amor, primer fruto del Espíritu y que resume toda la ley: “pues toda la ley se cumple, si se cumple este solo mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5,14; Rom 13,8-10). El Espíritu es como “un sello” (2 Corintios 1,22) que marca al cristiano para que viva en el amor y para que todo lo que haga brote del amor y haga crecer el amor. El amor cristiano no es en primer lugar el fruto de nuestro esfuerzo y de nuestra buena voluntad, sino la manifestación de la acción del Espíritu de Jesús en su corazón. El amor cristiano es la prolongación del amor de Dios en la vida de cada día, es la manifestación más bella y fascinante del Espíritu de Dios en la existencia de los hombres. Como dice San Pablo: “Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Romanos 5,5). Pidamos al Seńor su Espíritu para amar siempre, para amar con la intensidad y la fidelidad de Dios. Decía Santa Teresita del Nińo Jesús, Doctora de la Iglesia: “Cuando soy caritativa, es únicamente Jesús que actúa en mi. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas”.