Romanos 8,14: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios"

El Espíritu Santo es el don de Dios por excelencia que el creyente recibe gratuitamente y que influye en toda su existencia: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rom 8,14); "el que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece" (Rom 8,9). El don del Espíritu aparece estrechamente ligado a la fe y al bautismo y crea en el bautizado una situación radicalmente nueva. Este Espíritu recibido "en nuestros corazones" (Rom 8,15), es decir, en la profundidad personal del hombre, no es algo estático, sino que se manifiesta en todos los aspectos de nuestra vida. Así la vida entera del cristiano es “vida en el Espíritu” (cf. Rom 8,4), y no "en la carne", expresión de San Pablo que designa al hombre entero en cuanto mortal, alejado de Dios y opuesto a él, sometido a las más bajas pasiones e instintos: “fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, ira, egoísmo, divisiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes” (Gálatas 5, 20-21). En cambio el fruto del Espíritu en nuestra vida es: “amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gálatas 5, 22-23). Pidamos al Señor que sea su Espíritu y no nuestras pasiones egoístas las que orienten nuestra vida de cada día.