La revelación futura de Jesús

(Jn 14,15-21)


En este texto escuchamos la promesa inicial de Jesús acerca del “Paráclito”. Es la primera mención del Espíritu Paráclito en el evangelio de Juan: “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre”. Implícitamente Jesús mismo se presenta como Paráclito y habla de otro que continuará su obra en los discípulos y que él enviará desde el Padre. El término griego parákletos (literalmente: “llamado”, del verbo griego kaleo, “llamar, interceder por”) proviene del mundo jurídico y designa a alguien que es llamado como defensor en un tribunal, una especie de abogado. Juan interpreta el ministerio de Jesús y el de la iglesia como un gran juicio o proceso judicial delante del mundo pecador o de las tinieblas. En este difícil proceso la Iglesia no está sola. Tiene junto a ella a un abogado defensor, a un Paráclito que “estará con vosotros para siempre” (Jn 14,16).

Este Paráclito se llama también en Juan “el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,17). Es decir, una presencia divina que es fuerza y es vida (=Espíritu) y que está en íntima relación con la revelación de Jesús (=la Verdad). Una persona divina destinada a permanecer con los creyentes para testimoniar la Verdad que es Jesús y hacer que los discípulos la acojan y la interpreten al contacto con los acontecimientos cambiantes de la historia (Jn 16,13: “Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hacia la verdad completa”; cf. Jn 15,26). El Espíritu es una realidad concreta y potente que sólo pueden percibir y experimentar los creyentes: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis porque mora en vosotros y en vosotros está” (Jn 14,17). Para acoger al Espíritu Paráclito es necesaria la fe. Sin ella no se le ve ni se le conoce. Es a los discípulos a quienes se les hace la promesa de la fuerza divina del Paráclito como presencia familiar en medio de ellos y dentro de cada uno: “en vosotros” (v. 17).

Jesús se presenta como un padre de familia, del cual son hijos los discípulos: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (Jn 14,18). Era una forma corriente de trato entre los rabinos y sus discípulos. El regreso del que habla Jesús es, en primer lugar, la resurrección. A través de la presencia pascual, permanente y cercana, los discípulos no serán nunca huérfanos. Después de la experiencia pascual, en efecto, “el mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis” (v. 19). El mundo no podrá ver a Jesús porque su presencia vivificante solamente se experimenta por medio de la fe. Los discípulos, en cambio, verán nuevamente a Jesús porque continuará viviendo y será el fundamento de la nueva vida de fe de los creyentes. “Aquel día” –en el tiempo escatológico que inaugura la resurrección de Jesús– comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros” (v. 20). El creyente –“el que tiene mis mandamientos y los guarda“, es decir, “el que me ama” (v. 21)– , a través del don de sí mismo a Jesús por medio del cumplimiento de sus mandamientos y a través del don de sí mismo a los otros, a imagen de Jesús, obtendrá una nueva revelación del Padre en el Hijo y alcanzará una más viva comunión con él (v. 21). El texto concluye presentando, por tanto, una visión del discipulado y de la vida de fe en clave de encuentro y de relación de amor. La vida cristiana en la nueva alianza es descrita utilizando aquellas categorías que dominan la historia bíblica y la relación del hombre con Dios desde el inicio: el encuentro, la alianza, la comunión