La
revelación presente de Jesús
(Jn 14,6-13)
A Tomás, que observa ingenuamente que
los discípulos no pueden conocer el camino que Jesús seguirá si no conocen la
meta a la que se dirige (14,5), Jesús responde solemnemente con un discurso de
revelación: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Y por eso:
"Nadie puede venir hasta el Padre sino por mí" (14,6). No se puede,
por tanto, llegar al Padre si no es recorriendo el camino que es Jesús. A
través de él se obtiene la auténtica revelación del Dios que da la vida. El
motivo último por el cual no se puede llegar a Dios, si no es por medio de
Jesús, es el hecho de que Dios es "su Padre". Y el Padre
invisible no se puede ver si no es en el Hijo visible. "Si me conocieran,
conocerían también a mi Padre" (14, 7). A la petición de Felipe (14, 8:
"Muéstranos al Padre y nos basta") que, en el fondo, expresa el deseo
de ver a Dios que lleva todo hombre en su interior, Jesús responde: "El
que me ve a mí, ve al Padre… ¿no crees que yo estoy el Padre y el Padre en mí? Lo
que les digo no son palabras mías. Es el Padre que vive en mí, el que está
realizando su obra" (14,9-10). En Jesús, Hijo visible, Felipe puede ver al
Padre invisible, porque el Padre habita en él y obra por medio de él. Las
"obras" son la demostración que el Padre está en Jesús. Lo confirma
lo que inmediatamente después añade Jesús: "Deben creerme cuando afirmo
que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creen en mis palabras,
crean al menos en las obras que hago" (14,11). Una demostración concreta
que continuará en el tiempo de la comunidad post-pascual: "Les aseguro que
el que creen mí, hará también las obras que yo hago, e incluso, otras mayores,
porque yo voy al Padre" (14,12).
El regreso de Jesús al Padre da fuerza
salvadora a su comunidad y eficacia a la oración "en el nombre de
Jesús" (14,13). Las obras de las que Jesús habla incluyen claramente los
"signos" que ha realizado, pero abarcan toda su vida hasta la
manifestación suprema de la gloria en la cruz, cuando dona su vida para
recuperarla de nuevo (10,18; cf. 4,34; 17,4). Toda su existencia es don. Y las
"obras del Padre" representan el don total de sí mismo, el don de su
vida hasta la muerte "por sus ovejas". Paradójicamente, la vida viene
de la muerte por amor (12,24-25), la glorificación llega a través de la
humillación (12,27-28.32). El Padre, que los discípulos ven en el Hijo, es un
Dios que se revela en sus obras de amor con las que dona la vida.
Los discípulos comprenderán plenamente la mutua inmanencia del Hijo en el Padre y del Padre en el Hijo sólo después que él haya realizado la obra por la que será glorificado (17,4-5). Dios no se revela en visiones, ni en experiencias esotéricas y extrañas, sino en la vida y las palabras de Jesús de Nazaret. Jesús nos hace ver al Padre como aquel que ama a los hombres hasta el extremo de darles a su propio Hijo.