El sábado es para el hombre (Mc 2,23 – 3,6)

 

Este texto es una narración compuesta de dos escenas: la primera se desarrolla en medio del campo sembrado de espigas, el espacio del trabajo y la fatiga humana; la otra, en la sinagoga, el espacio sagrado reservado para el culto y en donde se conservan celosamente las tradiciones religiosas.

 

En ambos casos Jesús enfrenta al fariseísmo legalista de la época devolviéndole al “shabbat” bíblico su sentido originario, como día de libertad y de gozo al servicio del hombre. Algunas corrientes religiosas del tiempo de Jesús habían convertido el sábado en un tiempo de esclavitud y de observancia ritual opresora del hombre, desligado de la vida cotidiana del pueblo. Algunos escritos judíos habían hecho una lista de casi 40 prohibiciones en relación al sábado (no se podía encender fuego, no se podía preparar alimento, había que ayunar, se podía caminar sólo cierta distancia, etc.). Jesús, en línea con la antigua predicación profética que proclamaba la unidad inseparable entre culto y vida, restituye al culto sabático su verdadero valor. Para Jesús, es un tiempo de salvación en el que se pone en evidencia con mayor fuerza el poder liberador de Dios, y en el que el hombre liberado por Dios manifiesta su propia fe en el amor.

 

En la primera escena (en medio de los sembrados) los discípulos de Jesús que arrancan espigas para comer, son acusados por los fariseos de violar el descanso sabático (Mc 2, 23-27). Jesús, como verdadero intérprete de las Escrituras de Israel, se sirve de una escena de la vida de David para justificar la conducta de los suyos. Jesús da al sábado el verdadero sentido con ayuda de la Biblia. El lee la Escritura para iluminar la vida, descubriendo su sentido más profundo y en clave liberadora. En el caso de David se demostró que la necesidad humana era más importante que la ley sagrada de los panes consagrados reservados a los sacerdotes (1 Sam 21,2-7); ahora también vale el mismo principio: el hambre, la necesidad de los discípulos, es más importante que cualquier ley religiosa.

 

Para Jesús, el hombre hambriento no puede ser desatendido e ignorado, sino ayudado oportunamente, y con más razón el día del “shabbat” en el que se celebraba la liberación de la esclavitud: “el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (v. 27). Jesús es “el hijo del Hombre” que rescata al hombre del legalismo y lo coloca, como en el plan original de la creación, en el centro del proyecto salvífico de Dios. Jesús es el hombre que revela la verdad más profunda del hombre. El va más allá de los esquemas legalistas del judaísmo de la época, demostrando que “el Hijo del hombre también es señor del sábado” (v. 27).

 

En la segunda escena (en la sinagoga) Jesús sana a un hombre que tiene la mano atrofiada (3,1-6). Jesús hace una pregunta incisiva: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?” (v. 4). Sus palabras recuerdan la decisión ética fundamental de la ley: “hoy pongo ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal... elige la vida y vivirán tú y tus descendientes” (Dt 30,15.19). Estas palabras de la ley se concretan claramente en la ayuda al prójimo necesitado: una acción que supera cualquier ley o institución religiosa, y más aún, que es superior a la interpretación legalista e inhumana que hacían los fariseos del día sábado.

 

Para Jesús, el hombre enfermo debe encontrar la salud y la consolación, sobre todo el día sábado en que se recuerdan los grandes beneficios recibidos de Dios. Los fariseos sacrifican el hombre a la institución; Jesús coloca a la persona humana en el centro y proclama con su conducta que la institución debe estar siempre al servicio del hombre. Los enemigos de Jesús, que lo están acechando para tener un motivo de qué acusarlo, reaccionan con un silencio de obstinación. Marcos le llama “dureza de corazón” (que traduce aquí la expresión griega: pôrôsis tēs kardías; que en otros textos el mismo evangelista llama también: sklērokardía: Mc 10,15; 16,14). Es la obstinación del hombre que se cierra consciente y orgullosamente a Dios y al bien, incapaz de escuchar y abrirse a la novedad de la salvación.

 

Pablo habla de la pôrôsis, “endurecimiento”, de una parte de Israel (Rom 11,25), y la carta a los efesios se refiere a la pôrôsis, “endurecimiento, terquedad”, de los que “viven sumergidos en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios” (Ef 4,18). La dureza de corazón provoca la ira de Jesús (el texto griego usa el término orgē, con el cual se designa en el nuevo testamento “la ira divina) (v. 5). Dios no tolera tal actitud. Como dice Pablo: “la ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra todo tipo de impiedad e injusticia de aquellos hombres que obstaculizan injustamente la verdad” (Rom 1, 18). En el evangelio de hoy la dureza de corazón de fariseos y herodianos desemboca en la decisión de dar muerte a Jesús.