DOMINGO XIII
(Tiempo Ordinario Ciclo B)
Sabiduría 1,13-15; 2,23-24
2 Corintios 8,7-9.13-15
Marcos 5,21-43
El motivo dominante de las lecturas bíblicas de este domingo gira en torno a Dios, origen, sostén y Señor de la vida (primera lectura). Jesús se presenta como el gran liberador del hombre y de la mujer, que llama a todos a una existencia plena y madura, salvando del pecado, de la enfermedad y de la muerte (evangelio). Pablo invita a los corintios a colaborar concretamente con los pobres, con aquellos que se ven privados de lo necesario para llevar una vida digna (segunda lectura). En el centro de la liturgia de hoy, por tanto, se encuentra el valor supremo de la vida humana, donada y querida por Dios, y cuya dignidad debe ser reconocida y respetada por todos.
La primera lectura (Sab 1,13-15; 2,23-24) nos pone delante la contraposición fundamental de la existencia humana: vidamuerte. Dios es presentado en el capítulo 11 del libro de la Sabiduría como "amante de la vida" (Sab 11,26). El texto de este domingo lo repite: "Dios no ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos. El lo creó todo para que subsistiera" (Sab 1,13-14a). Ciertamente la muerte física es un componente fundamental de nuestro ser de criaturas, pero puede ser signo de maldición (destino trágico de alejamiento eterno de Dios para el pecador) o signo pascual de bendición (comunión de vida eterna con Dios para el justo). Dios no ha creado la muerte definitiva del hombre. En la persona humana "no hay veneno de muerte" (Sab 1,14b). El texto de la Sabiduría afirma con fuerza que "Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser" (2,23). El hombre, por su parte, debe corresponder con una vida recta a este don de Dios. Cuando el autor del libro dice que "la justicia es inmortal" (1,15), está diciendo que la raíz y el fundamento de la vida eterna es la justicia. La práctica de la justiciasantidad en la vida terrena va preparando para el hombre justo un destino de gloria y de inmortalidad. El pecador, en cambio, se encamina hacia un final trágico de muerte física y espiritual, pues "por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y sus seguidores tienen que sufrirla" (2,24).
La segunda lectura (2 Cor 8,7-9.13-15) está tomada de esa pequeña sección de la segunda carta a los Corintios que se refiere a la colecta en favor de los pobres de Jerusalén (capítulos 8-9). La solidaridad en favor de los más necesitados es una forma concreta de reconocimiento y de respeto de la dignidad de la vida humana. Compartir lo que se posee con aquellos que están en una situación económica precaria es una dimensión fundamental de la fraternidad cristiana. La igualdad entre los hermanos ha sido un ideal de la comunidad cristiana desde sus inicios, como lo atestiguan los célebres textos de Lucas en Hch 2,44-46 y Hch 4,32. Para Pablo el fundamento de la solidaridad y la igualdad económica es el ejemplo de Cristo, el cual "siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para enriquecerlos con su pobreza" (2 Cor 8,9). El misterio de la kénosis, del anonadamiento total de Jesús que a través de la pasión, la muerte en la cruz y la resurrección nos ha donado la vida, es el modelo y el fundamento del compromiso cristiano de caridad y solidaridad en favor de los más pobres de este mundo. Como Cristo nos ha donado la vida inmortal a través de su pascua, así también cada cristiano se compromete en la realización de obras de caridad concreta en favor del bienestar de sus hermanos, luchando por la igualdad y la justicia entre los hombres.
El evangelio (Mc 5,21-43) narra el doble milagro de la curación de la mujer que padecía flujo de sangre y de la resurrección de la hija de Jairo. Es el relato de dos mujeres disminuidas en su vitalidad y en su dignidad. La hemorroisa es una mujer enferma desde hace "doce años" (v. 25) y, además, pobre, pues ha gastado todos sus bienes buscando inútilmente la salud. Es también una persona excluida de la vida social y religiosa de Israel a causa de su impureza, pues el libro del Levítico condenaba a quienes padecían flujo de sangre a vivir en aislamiento total (Lev 12,7; 15,19-30). La hija de Jairo es una chiquilla de "doce años" (v. 42), vencida por la enfermedad y la muerte cuando apenas es una adolescente. Dos mujeres, dos historias de dolor y de muerte. La primera es un cadáver viviente, expulsada de la sociedad y condenada a vivir en la amargura; la segunda, es víctima de una muerte inocente y prematura. Para ambas Jesús se revela como el salvador, como aquel que es capaz de devolver la vida y la dignidad perdidas, como el liberador que restituye al hombre y a la mujer el don de una existencia en libertad.
La hemorroisa oye hablar de Jesús y va a su encuentro, "se acercó por detrás de la gente y tocó su manto" (v. 27). Su gesto expresa confianza en Jesús como mesías y salvador, pero también representa un acto de protesta delante de una legislación religiosa que la obligaba a vivir relegada y alejada de todos. Hace lo que no debía hacer, lo que prohibía el libro del Levítico: toca el manto de Jesús. Más fuerte que la norma legal es su deseo de libertad y de vida: "si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré sana" (v. 29). Cuando lo toca, Jesús percibe inmediatamente que "una fuerza había salido de él" (v. 30). De él irradia un poder misericordioso que libera y que sana. Una fuerza terapéutica y salvadora invade el cuerpo de la mujer y queda curada. Ante la pregunta de Jesús acerca de quién lo ha tocado y la imposibilidad de los discípulos de saberlo, la mujer sale del anonimato y confiesa, "asustada y temblorosa", que ha sido ella. Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz, estás liberada de tu mal" (v. 34). Las palabras del Señor interpretan el gesto de la mujer: ha sido su fe la que le ha liberado y le ha devuelto la salud y la dignidad. Al final Jesús le pide sólo una cosa: "vete en paz", es decir, que se vaya con la seguridad de poseer la vida como un don de Dios y realizarse en libertad. La paz, en el lenguaje bíblico, es expresión de todos los bienes que el hombre puede alcanzar. Jesús ha introducido a esta mujer en la paz, en una situación de salud, de felicidad y de autonomía personal, de libertad y de dignidad. Le ha devuelto la vida física y espiritual.
La hija de Jairo estaba enferma. Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, se echa a los pies de Jesús y le ruega con insistencia: "Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que sane y viva" (v. 23). Mientras sucede el encuentro de la hemorroisa con Jesús, llegan de la casa de Jairo a avisar que su niña ha muerto (v. 35). Jesús le pide a Jairo que no tema y que siga confiando, y se encamina hasta su casa con Pedro, Santiago y Juan. Al llegar pasa en medio de la liturgia fúnebre (gritos, llantos) y entra en la habitación donde está la niña, acompañado del padre y la madre de ésta y de los tres discípulos que iban con él. La escena es fuertemente simbólica. En el espacio de la muerte, se encuentran dos grupos con Jesús en medio: una familia que llora impotente, que representa a la humanidad amenazada y vencida por el dolor y la muerte, y tres discípulos de Jesús, que representan a la Iglesia. Jesús toma de la mano a la niña y la invita a levantarse. La niña se alza y él manda a sus padres "que le den de comer" (v. 43), es decir, que le ayuden a vivir, que nutran en ella una existencia sana y fuerte. De esta forma Jesús se revela como el salvador del hombre y de la mujer, vencedor del dolor y de la muerte. En la resurrección de aquella niña se anticipa y se hace presente el misterio de su propia resurrección en favor de toda la humanidad. Pedro, Santiago y Juan, han asistido a la escena y, a través de ellos, la comunidad cristiana de todos los tiempos ha aprendido del Maestro lo que constituirá en el futuro su misión: trabajar por la vida y la dignidad de todos los hombres y mujeres del mundo, siendo solidarios y cercanos con la familia humana sufriente y desesperanzada.
Las tres lecturas de este domingo son una invitación a contemplar con gratitud al Dios de la vida, que en Jesucristo ha manifestado plenamente su voluntad de salvar y restituir al hombre una existencia plena y feliz. Al mismo tiempo son un llamado para que nos comprometamos en la defensa y el respeto de la vida. El aborto, la pena de muerte, la eutanasia, la pobreza, la injusticia, el irrespeto de los derechos humanos, todo tipo de humillación del hombre y de la mujer, son delitos graves contra la vida y contra la santidad de Dios que la ha creado.