DOMINGO XVII
Tiempo Ordinario – Ciclo B
Efesios 4,1-6
Juan 6,1-15
A partir de este domingo se abre en la liturgia
de la palabra un amplio paréntesis que nos permitirá escuchar el capítulo 6 del
evangelio de Juan, en el cual el evangelista realiza una estupenda reflexión
sobre el misterio de Cristo–Pan de Vida, que se encarna en la historia, ofrece
su vida por la salvación de la humanidad y se hace presente en medio de la
comunidad cristiana en el pan de la eucaristía. En su reflexión se funden
admirablemente la meditación eucarística y la reflexión cristológica, el
misterio de la encarnación (el pan de Dios que baja del cielo) y el misterio de
la redención (el pan que da la vida al mundo). El capítulo sexto del evangelio
de Juan inicia con el relato de la multiplicación de los panes, que es uno de
los “signos” que realiza Jesús. La acción del Señor, por tanto, tiene un valor
simbólico que nos invita a descubrir algo más. En ella se revela el misterio de
la gloria de Jesús. A través del hecho exterior estamos invitados a captar un
mensaje y una verdad más profunda. El “signo” se vuelve anuncio y catequesis
del misterio de Cristo “pan de vida”.
La
primera lectura (2
Re 4,42-44) es el relato de la multiplicación de los panes realizada por
el profeta Eliseo. En el texto se subraya la voluntad de Dios de dar de comer a
aquel grupo que está con el profeta, a pesar de la poca provisión de panes con
que cuentan (v. 42: “veinte panes de cebada y espigas nuevas en la alforja”).
Eliseo no es un mago, es un “hombre de Dios”, que actúa siempre en obediencia
al Señor. Es un creyente fiel y un profeta. Por eso, ante la duda de su criado
(“¿cómo voy a dar de comer con esto a cien hombres?”), insiste: “Dáselo, porque
el Señor dice: ‘comerán y sobrará’” (v. 43). Y así sucede: “Él se lo sirvió,
comieron y sobró, según la palabra del Señor” ( v.44). En el contexto del
segundo libro de los Reyes, los relatos de los milagros de Eliseo son un fuerte
argumento contra el sincretismo religioso que vivía Israel, que recurría a Baal
–divinidad cananea de la fertilidad– y no a Yahvéh, para obtener el pan, el
agua, el aceite y los frutos de la tierra. El milagro del profeta pone de
manifiesto el poder de Yahvéh, el único que hace fértil la tierra y da la vida
a su pueblo. A través de la fe del profeta se hace presente también el poder y
la fidelidad de Dios en una situación límite, en donde los medios humanos son
escasos y las capacidades del hombre resultan insuficientes.
La
segunda lectura (Ef
4,1-6) es un llamado a la edificación de la comunidad cristiana como
cuerpo de Cristo, a través de la unidad en la fe y el amor recíproco. Para el
autor de la carta a los Efesios vivir así es “vivir según la vocación a la que
hemos sido llamados” (v. 1). El amor concreto de unos a otros, se opone
a la tentación del enfrentamiento inútil, del sectarismo, de la indiferencia
egoísta y de las divisiones al interior de la Iglesia (v. 2: “compórtense con
gran humildad, amabilidad y paciencia, aceptándose mutuamente con amor...”). La
unidad de la fe ayuda a superar la tentación de la deformación de la verdad
revelada (v. 14: “no seamos niños caprichosos llevados por cualquier viento de
doctrina...”). A la raíz del amor concreto y de la unidad de la fe se encuentra
el misterio de la Trinidad, como fuente de vida, de comunión y de verdad en la
Iglesia (vv. 4-6). La presencia y la
acción del Espíritu, del Señor Jesús y del Padre, fundamentan el amor y la
unidad de la Iglesia. Esta unidad no es sólo una exigencia ético-pastoral, sino
el reflejo de la misma unidad de Dios. En el antiguo Israel, la unidad del
pueblo se fundaba en la unidad de Yahvéh (Dt 6,4: “Escucha Israel, el Señor es
nuestro Dios, el Señor es uno”); en la Iglesia, el fundamento de la unidad es
el misterio trinitario: uno sólo es el Espíritu que anima la esperanza de los
creyentes; uno sólo es el Señor, en quien se asienta la fe y el bautismo; y uno
solo es el Padre de todos, “que está sobre todos, actúa en todos y habita en
todos” (v. 6).
El
evangelio (Jn
6,1-15) relata el “signo” que Jesús realiza en favor del pueblo
hambriento. Hay un dato cronológico importante: “estaba próxima la fiesta judía
de la pascua” (v. 4). Es evidente que Juan desea poner en relación con la
pascua el gesto de Jesús. Jesús, igual que Moisés, ha atravesado “el mar” (cf.
Ex 14,1-31) y estaba con el pueblo en “la montaña” (cf. Ex 19,20.24) (v. 3).
Todo hace pensar que la acción realizada por Jesús revela un misterio de
liberación, al estilo de la antigua pascua hebrea. El pan que dona a la gente
evoca un don más alto y misterioso: la salvación escatológica que Dios ofrece,
a través de él, a todos los hombres. El
simbolismo de la montaña se puede explotar aún más. La montaña es el lugar en
donde se dio la Ley a Israel (Ex 19) y también el espacio sagrado en donde Dios
preparará el banquete mesiánico para todos los pueblos (Is 25,6-10). Ahora es
Jesús, en la montaña, el que prepara el banquete mesiánico, presentándose a sí
mismo como el verdadero pan bajado del cielo.
Jesús
al “ver” que mucha gente acudía a él, toma la iniciativa de darles de comer,
preguntándole a Felipe: “¿dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos
éstos?” (v. 5). De esta forma se subraya la gratuidad absoluta del don del pan.
El relato presenta ante todo a Jesús como donante generoso ante la multitud; su
gesto, gratuito, depende de la mirada que ha dirigido sobre ella. Con la
pregunta que Jesús hace a Felipe en el v. 5 (“¿dónde podríamos comprar pan para
dar de comer a todos éstos?”), pone de manifiesto la imposibilidad del hombre
para procurarse el “verdadero” pan. Jesús espera la reacción de Felipe, el cual
no capta la dimensión metafórica de la pregunta de Jesús y le responde
haciéndole notar que tienen muy poco dinero para comprar alimento para tanta
gente (v. 7). Detrás del diálogo entre
Jesús y Felipe podemos entrever las palabras del profeta Isaías: “Aunque no
tengáis dinero, ¡venid! Comprad trigo y comed, ¡gratuitamente! (Is 55,1). En
este texto profético, bajo la imagen del alimento concedido gratuitamente,
Yahvéh invita a Israel a buscar lo que verdaderamente sacia, su palabra que
hace vivir y le promete su alianza eterna. También Jesús quiere ofrecer al
pueblo el pan que sacia verdaderamente y que da la vida eterna. El evangelista
añade, en efecto, que Jesús “sabía lo que iba a hacer” (v. 6). Un “hacer” que
no se refiere sólo al milagro de la multiplicación de los panes. Para que toda
aquella gente tenga vida, Jesús dará mucho más que unos panes que sacian
materialmente. Les ofrecerá las palabras que ha oído del Padre, y su propia
persona a través de la muerte. La intervención de Andrés, al igual que la de
Felipe, quieren poner de manifiesto la grandiosidad del signo y la impotencia
humana (v. 8).
Jesús
ordena que todos se sienten, es decir, los invita a la mesa que él mismo va a
servir. El verbo griego usado indica que la gente se “reclina” para comer, como
en los grandes banquetes. Jesús no sólo dona el alimento, sino que preside
aquella comida en común. Los gestos de Jesús evocan la última cena: toma los
panes, da gracias a Dios y los distribuyeÉl mismo reparte el pan, él es el que
da de comer a la multitud (no son los discípulos, como en los otros
evangelios). Con este rasgo, Juan quiere subrayar el misterio que se encierra
en el signo: aquel pan distribuido gratuitamente representa a Jesús que dona su
vida para la salvación de la humanidad. Luego Jesús ordena que recojan lo
sobrante para que nada se pierda (v. 12), pues aquel alimento significa también
la incorruptibilidad del don de Dios y de la vida donada por Jesús a los
hombres. Al final Jesús es aclamado por la gente como el profeta que debía
venir al mundo, semejante a Moisés (v. 14). Quieren tomarlo para hacerlo rey,
pero Jesús huye sólo a la montaña. La gente no ha captado totalmente el
misterio encerrado en el signo. Jesús, al final, está sólo en lo alto, un
espacio que representa el mundo de Dios. Jesús recibe gloria sólo del Padre, no
de los hombres.
Con
aquel signo Jesús se presenta como el nuevo don pascual (“estaba cercana la
fiesta de la pascua”) que, ofreciéndose a sí mismo, da la vida al mundo. El es
el verdadero pan que sacia el hambre física y espiritual del hombre. La
comunidad cristiana vive este misterio sacramentalmente cada vez que celebra la
eucaristía, experiencia de gratuidad y exigencia de solidaridad.