18º Domingo

Tiempo Ordinario (Ciclo A)

 

Is 55,1-3

Rom 8,35.37-39

Mt 14,13-21

El hilo conductor de las lecturas bíblicas de este domingo lo constituye la experiencia de gratuidad y de comunión presente en el hecho de que Dios alimente a su pueblo. El sustento material, representado frecuentemente en el mundo bíblico con los bienes de primera necesidad como el agua, el pan y el vino, es signo de otro alimento más profundo y esencial para la existencia: la misma vida de Dios. Dios sostiene y alimenta al pueblo hambriento y sediento a través de un banquete que expresa su voluntad de alianza y comunión (1a. lectura); Jesús se presenta como el profeta definitivo de los tiempos mesiánicos, que ofrece de parte de Dios a la humanidad un nuevo alimento, gratuito, solidario, abundante y destinado a todos sin distinción (evangelio).

La primera lectura (Is 55,1-3), es una especie de epílogo a todo el libro del Segundo Isaías (Is 40-55), el profeta anónimo que durante el tiempo del exilio animó la esperanza del pueblo y anunció el feliz retorno a la tierra. El profeta se presenta como un vendedor ambulante que ofrece una mercancía abundante y excelente: agua, vino, y leche para todos. Pero lo más significativo es que ofrece todo absolutamente gratis: "Vengan por agua todos los sedientos; compren trigo y coman gratuitamente, compren vino y leche sin tener que pagar" (Is 55,1). Son productos que evocan los dones divinos, marcados por la gratuidad y el amor de Dios. El agua se presenta como símbolo de la vida y del Espíritu que los exiliados podrán encontrar otra vez en el Templo de Jerusalén, fuente de aguas vivas (cf Ez 47). El vino y la leche evocan el gozo, la bendición divina y la riqueza de la tierra prometida hacia la que el pueblo se encamina (Dt 8,7-10). El pan, sustento primario y elemental, recuerda el antiguo maná que alimentó a Israel en el desierto, como signo de la providencia y del amor de Yahvéh (Ex 16).

El anuncio profético, por tanto, resume todas las aspiraciones del hombre y las promesas de Dios a su pueblo. Las últimas palabras del profeta apuntan en esta dirección: Dios ofrece a su pueblo su amor y su vida, la renovación eterna de su alianza davídica. Por eso, en realidad, la verdadera invitación es a escuchar y acoger la palabra del Señor para conseguir la vida y vivir en comunión de alianza con él: "¿Por qué gastan el dinero en lo que no alimenta… Escúchenme atentamente… Presten atención, vengan a mí; escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David" (Is 55,2-3). Los dones gratuitos que el profeta ofrece de parte de Dios, no sólo expresan la fidelidad y la providencia divina, sino que apuntan hacia la plenitud de la comunión y de la alianza, cuando en el banquete mesiánico en la Jerusalén celestial, "Dios acampará con su pueblo; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos" (Ap 21,3) y "al que tenga sed le dará de beber gratis de la fuente del agua de la vida" (Ap 21,6).

La segunda lectura (Rom 8,35.37-39) subraya que todos los dones de Dios se concentran en su Hijo Jesucristo, en quien Dios nos ha donado todo su amor y de quien nada ni nadie podrá jamás separarnos: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?" (v. 35), "ni lo de arriba ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (v. 39). El texto paulino retoma el tema de la comunión con Dios que encontramos en la lectura de Isaías. Pablo proclama la inquebrantable relación de amor y de comunión que existe entre Cristo Jesús y el creyente. Una palabra de gran optimismo y esperanza. Haciéndose eco de expresiones astrológicas empleadas en su tiempo y evocando una serie de fuerzas que los antiguos juzgaban más o menos enemigas del hombre, Pablo declara su fe inquebrantable en la fidelidad del amor de Dios manifestado en Jesucristo.

El evangelio (Mt 14,13-21) narra la primera multiplicación de los panes realizada por Jesús, un episodio que encontramos seis veces en los evangelios sinópticos: dos en Mateo, dos en Marcos, una en Lucas y otra en Juan. Dado el testimonio tan rico que encontramos en los evangelios sobre el acontecimiento, debemos pensar ciertamente que a la raíz de la narración está un hecho realmente realizado por Jesús. El Señor partió y compartió el pan con la gente en algún sitio lejano de los centros urbanos de Galilea. Este evento, que se grabó fuertemente en la memoria de sus discípulos, fue luego utilizado en la catequesis de la iglesia primitiva y enriquecido con alusiones de la tradición religiosa bíblica y con la propia experiencia eucarística de las primeras comunidades que partían el pan en el nombre de Jesús. Esto explica las diversas resonancias y acentos con los cuales se narra el acontecimiento.

El texto inicia con una indicación significativa: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan Bautista, "se retiró de allí en una barca a un lugar tranquilo para estar a solas" (Mt 14,13a). El martirio del Bautista es un signo peligroso para el propio destino de Jesús por lo cual decide tomar alguna medida de precaución, resguardándose en un lugar apartado. Pero "la gente se dio cuenta y lo siguió a pie desde los pueblos" (Mt 13,13b). "Cuando Jesús desembarcó — añade Mateo — y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que traían" (Mt 13,14). Mateo nos permite "ver" a la gente con los ojos de Jesús, el cual lleno de "compasión" (griego: splangnízomai, "conmoverse las entrañas") se detiene, les presta atención y sana a sus enfermos. Jesús es la encarnación del amor y la misericordia de Dios y por eso se queda con aquella muchedumbre todo un día. El profeta misericordioso que acoge y sana al pueblo necesitado no puede quedar indiferente ante el dolor de la gente. La actitud de Jesús que compasivo y lleno de bondad se acerca a la gente y sana sus enfermedades, se encuentra a la raíz de su ministerio y del gesto concreto de compartir el pan con la gente, y debería ser siempre estímulo y ejemplo para las relaciones cristianas y para el apostolado de la Iglesia. La atención por el otro, los gestos delicados de servicio, el olvido de uno mismo por los hermanos, son sentimientos profundamente evangélicos que reproducen aquel amor originario del Mesías Jesús.

El diálogo con los discípulos sirve para subrayar la iniciativa gratuita y generosa de Jesús (vv. 15-18). Cuando comienza a anochecer, los discípulos piensan en "despedir a la gente para que vayan a los pueblos y se compren comida" (v. 15). Los discípulos sólo han visto las dificultades del momento: ya es tarde, el lugar es desértico y sólo tienen cinco panes y dos peces. El lugar apartado, la limitada provisión de alimentos y las dudas de los discípulos, evocan a Moisés que tuvo que enfrentar las resistencias del pueblo en el desierto, prometiéndole de parte de Dios el don prodigioso del maná. Jesús que está dispuesto a alimentar a la gente en aquel sitio deshabitado es el nuevo Moisés, el profeta ideal y definitivo esperado para el final de los tiempos. El signo de Jesús, que nutre con abundancia una inmensa muchedumbre en el desierto no obstante los pocos alimentos que los discípulos ponen a su disposición, inaugura el banquete gozoso del tiempo mesiánico, anunciado por los profetas. Por otra parte, para Jesús, la atención a las necesidades materiales de la gente también forma parte del ministerio de los discípulos: "No es necesario que vayan, dénles ustedes de comer" (v. 16). Su misericordia y su compasión abarca también este aspecto y los discípulos deben aprenderlo. Viendo actuar a Jesús y compartiendo con él aquel gesto sabrán hasta dónde llega la providencia divina y la misericordia del Maestro por los hombres.

El gesto mesiánico de Jesús es presentado por Mateo con claros acentos eucarísticos. Por eso es descrito con los verbos que definen la estructura de las bendiciones hebreas en ocasión de las comidas (berajót), y que también forman parte del rito del pan en la cena pascual: "alzar los ojos al cielo, pronunciar la bendición, partir y dar los panes". Para Mateo aquella mesa del desierto es la anticipación de la cena eucarística cristiana. La función de los discípulos en la distribución del pan (v. 19: "se los dio a los discípulos y éstos a la gente), la saciedad de la comida y la abundancia del pan (v. 20: "comieron todos hasta hartarse, y con lo que sobró se llenaron doce canastas), acentúan aún más la dimensión sacramental eucarística del relato. Los "doce canastos" evocan el ministerio de los Doce apóstoles y las doce tribus de Israel, núcleo y raíz del pueblo mesiánico congregado en torno a Jesús.

Más allá de aquella muchedumbre que come el pan dado por el Señor, el texto de Mateo apunta y deja entrever ya a la comunidad eclesial sentada a la mesa con Jesús, de quien recibe no simplemente un pan sino el pan, es decir, la Eucaristía. El signo concreto que Jesús nos ha dejado de la grandeza y de la gratuidad de todos los dones de Dios, ya que en ella se realiza su donación al Padre y a los hombres. El signo de su voluntad de comunión con los hombres y de los hombres entre sí. Aquella gente que sigue a Jesús (nuevo Moisés) en el desierto es figura del nuevo pueblo de Dios (los cristianos) reunidos por Cristo y saciados abundantemente no solo del Pan sino también de la Palabra y de todos aquellos bienes que tienen su origen en la gracia y el amor de Dios.

 

 

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(Colaboración de Hna. Laura Linares, rcscj. - Estudiante del Teresianum, Roma)

 

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