La Trinidad en la vida de Jesús

P. Silvio José Báez, o.c.d.

 

(Tomado del artículo del P. Silvio José Báez, "La Trinità nel Nuovo Testamento", publicado en el  libro AA.VV., In comunione con la Trinità, Colanna di Studi Carmelitani,  Editrice Vaticana, Roma 2000, pp. 63-72


 

I. Introducción

            

            La doctrina sobre la Trinidad en el Nuevo Testamento se puede exponer partiendo de las primeras confesiones de fe, profundizando las diversas teologías neotestamentarias, reflexionando trinitariamente sobre el evento de la pascua, o a partir de la misma praxis de Jesús de Nazaret. Aquí optamos por esta última modalidad. En primer lugar porque toda la teología y la reflexión de los autores del Nuevo Testamento no es otra cosa sino la interpretación de una tradición que tiene su fundamento histórico y teológico en Jesús mismo[1]; en segundo lugar, porque primero fue la vida real de Jesús, antes que la teorización creyente sobre él, y sobre todo porque así se evita el grave error de pensar que ya se sabe con anterioridad a Jesús qué significan algunos contenidos de la fe pascual, tales como Hijo, Señor, Padre o Espíritu[2].

No podemos suponer que Dios sea una realidad más o menos evidente, y el misterio de la Trinidad, una especie de enigma que nos recuerda su trascendencia. En realidad, no podemos conocer con certeza al Dios verdadero ni la Trinidad puede tener ningún sentido para nosotros, si no hacemos referencia a la praxis de Jesús. Él aparece como el evento escatológico que transforma la historia de la relación entre Dios y el hombre. Por eso, en lo sucesivo, la divinidad de Dios ya no puede ser pensada sin Jesús de Nazaret[3].

            El acercamiento a la historia de Jesús de Nazaret a partir de los textos del Nuevo Testamento, sobre todo a partir de los evangelios, es una tarea compleja, que no se puede realizar sin tener en cuenta el aporte decisivo de la exégesis bíblica histórico-crítica[4]. Los evangelistas no intentaban escribir una biografía de Jesús, su propósito más bien era el dar testimonio de él como Cristo e Hijo de Dios. Es obvio, por tanto, que proyectan sobre la vida de Jesús elementos que pertenecen a su condición post-pascual de Resucitado. Los evangelios no podían contar la historia de Jesús sin hacer teología, como tampoco habrían podido reflexionar teológicamente sobre él sin hacer referencia a su camino histórico. Esto trae dos consecuencias de tipo metodológico a la hora de leer e interpretar los datos bíblicos: (a) ser conscientes de que los textos evangélicos no obstaculizan el acercamiento al Jesús de la historia, antes bien lo posibilitan, y (b) ser críticos a la hora de valorar cuáles textos bíblicos se remontan con relativa seguridad a Jesús mismo. La exégesis moderna ha puesto de manifiesto dos de los datos más seguros y estructurantes de la praxis de Jesús: su relación con el reino de Dios[5] y su singular relación con Dios como Padre (Abba)[6]. A partir de estos dos datos podemos intuir la revelación de la Trinidad en las palabras y las obras de Jesús de Nazaret.

 

II.  El Reino de Dios

 

 El reino de Dios es una expresión tomada de la tradición judía que indica la plena realización de la realeza divina en la historia. Jesús de Nazaret se presenta como su gran heraldo (lo anuncia con su palabra) y su mediador último y definitivo (a través de su persona y de sus acciones el reino irrumpe en la historia). Jesús no se ha predicado a sí mismo, sino que ha anunciado el reino, la gran causa de Dios, su proyecto salvador último sobre la historia.

Marcos sintetiza con estas palabras el anuncio kerigmático de Jesús: “El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15). Él anuncia el reino como una realidad inminente que está acercándose, pero también como objeto de esperanza que alcanzará un día su plenitud. Al final del discurso escatológico Jesús afirma contemporáneamente su inminencia (Mc 13,30) y su incierta lejanía (Mc 13,32), e invita a sus discípulos a modelar su oración con estas palabras: “Padre... venga tu reino” (Mt 6,10; Lc 11,12). Pero lo presentó también como una realidad que sería vista por algunos de los presentes (Mc 9,1), algo que estaba cercano y llegando a los hombres (Mc 1,15). Un dicho, que sin duda proviene de Jesús, confirma la irrupción del reino en la historia presente: “el reino de Dios no vendrá de forma espectacular, ni se podrá decir: ‘está aquí, o allí’, porque el reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,20-21).

Un dicho de la fuente Q, admitido generalmente como auténtico de Jesús, revela la dimensión eficaz del reino a través de los exorcismos realizados por Jesús: “Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,20). En el contexto del evangelio de Lucas el loghion refleja bien la originalidad de la dimensión dinámica que Jesús tenía del reino de Dios, que se manifiesta como una fuerza divina que realiza ahora la salvación, liberando del dominio del mal; aparece también la conciencia que el Jesús histórico tenía de ser el anunciador y el mediador definitivo de la llegada del reino escatológico de Dios[7]. La expresión “el dedo de Dios[8]” está tomada del Antiguo Testamento, en donde aparece cuatro veces, indicando la potencia y la eficacia de la acción de Dios: en la creación del universo (Sal 8,4), en los signos realizados por Moisés en el contexto de la liberación del pueblo (Ex 8,15) y en la escritura de las tablas de piedra de la Ley entregadas a Moisés (Dt 9,10; 31,18). Creemos que hay algunos indicios para pensar que la expresión bíblica “dedo de Dios” hace referencia a lo que la reflexión posterior neotestamentaria dirá del Espíritu[9]. De hecho, el texto paralelo de Mateo 12,28, intercambia “dedo de Dios” por “Espíritu de Dios” afirmando: “Si yo expulso los demonios con el Espíritu de Dios...”[10]. El Nuevo Testamento, en efecto, en algunos contextos en que se refiere al Espíritu Santo, lo coloca en relación con algunas funciones que recuerdan las del “dedo de Dios” del Antiguo Testamento, tales como el surgimiento de una nueva creación (Rom 9,19-22), el principio de la libertad que anima la vida nueva del cristiano (Rom 8,1-4; Gál 5,13-25) y la inspiración de la Escritura (Mt 22,43; 2 Tim 3,16)[11]. Obviamente que esta dynamis de la que hablan los sinópticos (cf. Mc 5,30; Lc 8,46) no tiene ni carácter personal ni un nombre preciso. Sólo después de la pascua la inserción del creyente en la relación de Jesús con el Padre y la experiencia de la potencia del Padre serán vistas como obras del Espíritu[12].

Delante de la causa de Dios, Jesús tiene conciencia de ser el evangelista del reino, mediante las palabras (anuncio gozoso de la cercanía del reino) y mediante los hechos (acciones anticipadoras de la realeza final de Dios sobre la historia), y se dedica a ello con plena e ilimitada dedicación, consciente de actuar con la fuerza de Dios (Lc 11,20: “con el dedo de Dios)[13]. Para una teología trinitaria en los sinópticos nos  interesa sobre todo destacar una estructura “ternaria” fácilmente identificable: la potencia divina se manifiesta a través de las obras de Jesús de Nazaret, quien como mediador definitivo hace presente el Reino de Dios.

La experiencia religiosa de Jesús está determinada por la imagen de un Dios que no es estáticamente inmóvil e inmutable, sino que se presenta como principio dinámico de vida que se desarrolla hacia una plenitud que se alcanzará sólo al final de la historia; un Dios que se ha acercado a la historia para hacer justicia a los pobres y pequeños de este mundo y que se revela como gratuidad amorosa y liberadora[14]. Este dato es de suma importancia para la recta comprensión del Padre en la teología trinitaria posterior.

El anuncio del reino se encuentra unido íntimamente con el llamado a la “metanóia”. Frente a la intervención de Dios el hombre está llamado a responder con el compromiso y la respuesta de la fe, que se manifiesta sobre todo a través de la conversión. Cada hombre deberá modelar y orientar su conducta y su mentalidad según los valores del reino. La respuesta al reino supone un cambio de ruta en el camino de la vida, una nueva forma de relacionarse con Dios, con los demás y con el mundo. En la fe, como el Jesús histórico la ha presentado y exigido, se refleja también la estructura fundamental del evento de la revelación trinitaria[15]: Dios, a través de Jesús, hace partícipe al creyente de la potencia que salva, sana y perdona; el hombre, por su parte, se convierte en la medida en que se adhiere a Jesús y al evangelio, cree en el proyecto de Dios y experimenta la fuerza renovadora del reino.

La realidad del reino, en su doble dimensión de cercanía y plenitud escatológica, aparece descrita en forma narrativa en las parábolas de Jesús[16]. En ellas se capta la dinámica del reino, que irrumpe en el presente y anticipa el futuro, y se delinea con rasgos novedosos la imagen del Dios de Jesús. En forma sintética se pueden individuar tres grupos de parábolas que ofrecen cada uno un rasgo distintivo del reino[17]: (a) El reino es un evento de gracia, en el que la bondad de Dios se ha manifestado no sobre la base de los merecimientos del hombre sino como expresión de la gratuidad amorosa de Dios (Mt 20,1-6). Por eso Dios busca a quien  está alejado, y se goza por la salvación de los perdidos, a quienes acoge con un amor inmerecido e increíble (Lc 15; cf. Mt 18,12-14)[18]; (b) Junto a la extraordinaria iniciativa de gracia de Dios en favor de los perdidos, el reino esconde también una dimensión de condena contra aquellos que han rechazado el alegre anuncio de Jesús (Mc 12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,9-19); (Mt 22,1-14; Lc 14,5-24); (Mt 21,28-32); (c) Finalmente hay un tercer grupo de parábolas que precisa en qué medida y bajo qué forma el reino de Dios se ha hecho presente en la historia, siempre en relación con el horizonte de su plenitud final (Mc 4,30-32; Mt 13,31-32; Lc 13,18-19); (Mc 4,3-9 y par.); (Mc 4,26-29); (Mt 13,24-30).

 

 

III. Dios como “Abba”

 

A la raíz de la proclamación del reino, tal como lo ha hecho Jesús, está su experiencia de Dios como Padre, sin la cual no se podría en absoluto comprender ni su persona, ni su mensaje. El Dios que Jesús llama “Padre” no es ajeno al “Dios del reino”, aun cuando ambos conceptos teológicos tengan su propia especificidad y no sean intercambiables, ni se pueda deducir totalmente uno a partir del otro por pura reflexión conceptual[19]. Pero es indudable la profunda relación entre ellos. La dimensión positiva y liberadora del reino refleja  la bondad, la cercanía y la ternura del Padre. Uno de los datos más significativos acerca de la relación de Jesús con Dios es su forma familiar, cariñosa e íntima, de dirigirse a él. Jesús lo llama Abbá, una palabra aramea conservada en los evangelios en la narración de la oración de Jesús en el huerto (Mc 14,36) y que representa toda una novedad frente a la forma normal de invocar a Dios en el judaísmo contemporáneo[20]. La palabra Abbá pertenece a las expresiones familiares del niño, como nuestro término “papá”. La fe cristiana ha interpretado la invocación Abbá de Jesús como la expresión de su íntima comunión con Dios y de su singular conciencia de filiación[21].

Marcos ha conservado en su evangelio, en un momento dramático y doloroso de la vida de Jesús, este término arameo con el cual Jesús, precisamente en aquel instante de oscuridad, expresaba su intimísima confianza filial en Dios (Mc 14,36a: “¡Abba, Padre!, Todo te es posible. Aparta de mí este cáliz de amargura”)  y, al mismo tiempo, su decisión de ser y permanecer en la condición filial (“Mc 14, 36b: “Pero no se haga como yo quiero, si no como quieres tú). En la oración del huerto Jesús, desde su corazón de hijo y en medio del miedo, la soledad y el sufrimiento, invoca al Padre, exclamando: “¡Abba, Padre! Quisiera experimentar al Padre cerca de él como auxilio y compañía (alejando de él aquel cáliz), pero el Padre permanece inalcanzable, silencioso, misterioso, lejano[22]. Jesús aprende ahora a amarlo así, aceptando su misterio y su silencio con la docilidad del Hijo[23]. Confianza y obediencia podrían sintetizar la actitud espiritual de Jesús frente al Padre. Pone toda su confianza en un Dios que es Padre, y muestra absoluta disponibilidad ante un Padre que sigue siendo Dios[24].

Obviamente, el uso del término “Abbá” no permite por sí mismo afirmar la conciencia filial de Jesús en el sentido de la teología trinitaria. Solamente la fe pascual y la reflexión teológica posterior de la Iglesia podrán de manifiesto el carácter escatológico de esta revelación, afirmando que Dios, desde la eternidad, es el Dios y Padre de Jesucristo, y que, por tanto, Jesús pertenece, en cuanto Hijo de Dios, a la esencia divina eterna. “Abbá”, sin embargo, expresa una relación de proximidad absolutamente particular con Dios y el término hay que interpretarlo en estrecha relación con el mensaje de Jesús. El término refleja la novedad de la manifestación escatológica de Dios. En la relación de Jesús con el “Abbá” se manifiesta precisamente este acercamiento nuevo y definitivo de Dios al hombre. Jesús es el primero que lo vive, de forma única y particularísima, pero también todo aquel que acepta el don del Reino y se abre al Padre aceptando la palabra de Jesús, puede entrar a vivir esta nueva relación y llamar a Dios con el término “Abbá”, tal como Jesús lo expresa con la invocación inicial del Padrenuestro enseñando a orar a sus discípulos[25] y lo testimonia más tarde el uso cristiano de la iglesia primitiva de invocar a Dios como “Abbá”, confirmado por Pablo en Gál 4,6 y Rom 8,15.

Además de la invocación de Jesús para dirigirse a Dios, es posible, con un cierto grado de seguridad, señalar otros textos en los que se manifiesta el misterio del Padre y la singular conciencia de filiación de Jesús[26]: (a) en Mt 11,27[27]; se pone de manifiesto el conocimiento recíproco privilegiado entre Jesús y el Padre. Jesús afirma tener con Dios la misma relación de mutuo conocimiento que un hijo tiene con su propio padre, y por esto lo puede dar a conocer a los otros (b) en Mt 5,43-48 y Lc 6,27-36, eliminando los retoques redaccionales de los evangelistas[28], podemos identificar las palabras en que Jesús revela una imagen paterna de Dios, que se aleja del particularismo del judaísmo[29], pues el Padre ama sin ninguna discriminación, a tal punto que su modo de comportarse motiva el amor evangélico a los enemigos, el cual caracteriza la conducta de los hijos de Dios[30]; (c) en diversos textos Jesús presenta al Padre como Aquel en quien podemos confiar sin límites porque escucha nuestra oración (Lc 11,5-8.9-10)[31] y está siempre cerca de los más necesitados (18,1-8)[32]. Por eso el creyente se dirige a Dios como a un padre, con la serena seguridad del hijo que sabe que será escuchado (Mt 6, 7-8[33]; 25-34; Lc 12,22-31); (d) en la exhortación de Jesús a perdonar sin límites, como consecuencia de la experiencia de gracia que supone el haber sido perdonados por Dios, se deja entrever la infinita misericordia del Padre que perdona a los hombres en forma gratuita e inusitada.

 



[1] Cf. F.J. Shierse, “Rivelazione neotestamentaria della Trinità”, Mysterium Salutis III, 111-116.

[2] Cf. F.J. Shierse, “Rivelazione neotestamentaria della Trinità”, 126-127; J. Sobrino, “Cristología sistemática. Jesucristo, el Mediador absoluto del reino de Dios”, en Mysterium Liberationis I, 581.

[3] Cf. A. Milano, “Trinità”, en G. Barbaglio – S. Dinich (ed.), Nuovo Dizionario di Teologia, Milano 1988, 1775.

[4] Cf. G. Bornkamm, Gesù di Nazaret. I risultati di quaranta anni di ricerche sul “Gesù della storia”, Torino 1968, E. Schillebeeckx, Gesù. La storia di un vivente, Brescia 19762, 57-71; 75-110; E. Käsemann, Il problema del Gesù storico, en Id., Studi esegetici, Casale Monferrato 1985, 30-57. Para un acercamiento relativamente nuevo a la historia de Jesús, a partir de sus orígenes hebreos, cf. G. Segalla, “La ‘terza ricerca’ su Gesù. Il ritorno al suo ambiente storico originario”, Rivista del clero italiano, 78 (1997) 196-215.

[5] Cf. R. Schnackenburg, Reino y Reinado de Dios, Madrid 19702; J. Gray, The Biblical Doctrine of the Reign of God, Edinburgh 1979; G. Barbaglio, “Regno di Dio”, en  P. Rossano-G. Ravasi-A. Girlanda (ed.), Nuovo Dizionario di Teologia Biblica, Milano 1988, 1296-1322; B.T. Viviano, The Kingdom of God in History, Washington 1988.

[6] J. Jeremias, Abba, Brescia 1968; Id., Teologia del Nuovo Testamento, I, Brescia 1976, 76-84.

[7] G. Rossé, Il Vangelo di Luca. Commento esegetico e teologico, Roma 19952, 438.

[8] Cf. C.S. Rodd, “Spirit of Finger”, en The Expository Times 72 (1961) 157s. Sólo Lucas utiliza metáforas semejantes en los sinópticos: “la mano de Dios” (Lc 1,66; Hch 4,28.30; etc.), “el brazo de Dios” (Lc 1,31; Hch 13,17).

[9] Lucas no atribuye al Espíritu (sino a la Potencia, a la Dynamis) las curaciones y los exorcismos; el Espíritu lo coloca, en cambio, en relación con el anuncio del evangelio. Aunque la distinción entre Espíritu y Dynamis no es tan evidente en Hch 10,38 (cf. G. Rossé, Il Vangelo di Luca, 438)

[10] Es discutido entre los exegetas cuál de los dos textos es más primitivo, aunque la mayoría piensa que es Lucas el que ha permanecido fiel a la fuente originaria, por dos motivos principales: (a) Mateo evita los antropomorfismos, (b) Lucas no tenía ningún motivo para cambiar la fuente si hubiera leído “Espíritu de Dios” (cf. G. Rossé, Il Vangelo di Luca, 437). Es muy probable que la expresión de Mateo 12,28 sea una asimilación de la experiencia post-pascual del Espíritu.

[11] R.W. Wall, “‘The Finger of God’ Deuteronomy 9,10 and Luke 11,20, en New Testament Studies 33 (1987) 144-147, establece una relación entre el dedo de Dios que en el pasado reveló la salvación escribiendo sobre la piedra y que en el presente la revela a través de una nueva obra: los exorcismos realizados por Jesús.

[12] Cf. F.J. Shierse, “Rivelazione neotestamentaria della Trinità”, 132-133

[13] Cf. G. Barbaglio, “Il vissuto spirituale di Gesù di Nazaret”, en Id. (ed.), La spiritualità del Nuovo Testamento, Bologna 1988, 87-88

[14] Cf. G. Barbaglio, Idem, 87.

[15] Aunque en el complejo conjunto de relatos de curaciones se pueden analizar diversos contenidos de la fe: fe en el poder de Dios, en su bondad, reconocimiento de Jesús como el profeta (Lc 7,16), el mesías (Mt 11,5), el Hijo de Dios (Mt 14,33), cada aspecto de la fe abarca sólo uno de los aspectos de lo que en realidad significa la fe salvadora que nace del encuentro con Jesús a través de la llegada del reino (Cf. J. Shierse, “Rivelazione neotestamentaria della Trinità”, 124-125).

[16] Cf. Ch. H. Dodd, Le parabole del regno, Brescia 1970; J. Jeremias, Le parabole di Gesù, Brescia 19732; N. Perrin, Jesus and the Language of the Kingdom. Symbol and Metaphor in N.T, Philadelphia–London 1976; J. Dupont, Il metodo parabolico di Gesù, Brescia 1978; W.S. Kissinger, The Parables of Jesus: A History of Interpretation and Bibliography, Metuchen N.J.–London 1979; D. Crossan, Cliffs of Fall. Paradox and Polyvalence in the Parables of Jesus, New York 1980; R.W. Funk, Parables and Presence: Forms of the New Testament Tradition, Filadelfia 1982; V. Fusco, Oltre la parabola. Introduzione alle parabole di Gesù, Roma 1983.

[17] Cf. G. Barbaglio, “Il vissuto spirituale di Gesù di Nazaret”, 89-97.

[18] Cf. F.J. Shierse, “Rivelazione neotestamentaria della Trinità”, 119-121.

[19] Cf. J. Sobrino, “Cristología sistemática”, 578

[20] Cf. J. Jeremias, Abba, Brescia 1968.

[21] Según F.J. Shierse, esta interpretación tiene razón de ser, sobre todo porque Jesús nunca habló de Dios como “Padre nuestro”. En la oración que enseña a sus discípulos no se incluye a sí mismo. Solamente después de la pascua ésta se convierte en la “oración del Señor”, que la comunidad dirige al Padre a través de Cristo (J. Shierse, “Rivelazione neotestamentaria della Trinità”, 122).

[22] Sobre el silencio de Dios en la Biblia, cf. S.J. Báez, Tiempo de callar y tiempo de hablar. El silencio en la Biblia Hebrea, Roma 2000, 151-201.

[23] Cf. X. Pikaza, Il vangelo di Marco, Roma 1996, 379.

[24] Cf. J. Sobrino, “Jesucristo”, en Comentario Bíblico Internacional, Estella 1999, 229.

[25] El vocativo griego “Páter” (Padre) que leemos al inicio del Padre Nuestro en la versión de Lucas (Lc 11,1), es probablemente la traducción del arameo `ab en estado enfático, la forma verbal que en arameo expresa el vocativo (Cf. G. Rossé, Il Vangelo di Luca, 419). En cambio, en la versión de Mateo, el vocativo “Páter ēmôn ho en tois ouranois ” (“Padre nuestro que estás en los cielos”), es más cercana a algunas expresiones semíticas y algunos formularios judíos del siglo I, en donde se invocaba a Dios como Abî (“padre mío”) o Abînu (“padre nuestro”). Sobre la mayor o menor cercanía de ambas versiones sinópticas a una hipotética forma original aramea y la relación entre los dos textos, cf. R. Fabris, Matteo, Traduzione, commento e attualizzazione, Roma 1982, 154-156.

[26] Cf. G. Barbaglio, “Il vissuto spirituale di Gesù di Nazaret”, 71-81.

[27] En Mt 11,27 (“Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”) se percibe el influjo del vocabulario y las concepciones bíblicas sapienciales y apocalípticas. Probablemente nos encontramos frente a un texto elaborado por la comunidad cristiana, pero sobre la base de un loghion que podría remontarse en lo fundamental a Jesús de Nazaret, el cual se presenta en relación con Dios como el “hijo” y en las relaciones con los discípulos como “el maestro” (Cf. J. Jeremias, Teologia del Nuovo Testamento, I, Brescia 1996, 70ss; R. Fabris, Matteo, 264-265). Para una interpretación diversa que sostiene la inautenticidad de Mt 11,25-30, cf. R. Randellini, “L’inno di giubilo: Mt 11,25-30; Lc 10,20-24”, en Rivista Bíblica 22 (1974) 183-235.

[28] Cf. J. Dupont, “L’appel à imiter Dieu en Mt 5,48 et Lc 6,36”, en Id., Études sur les évangiles synoptiques, 529-550.

[29] Sin embargo, encontramos en el testo rabínico de Melkita Exodo frases como éstas: “Dios es aquel que da a cada cual según sus deseos y a cada uno según sus necesidades. Y no sólo a aquellos buenos, sino también a los malvados e incluso a los idolátras” (Citado por R. Fabris, Matteo, 147).

[30] Vale la pena notar la diferencia con otras teologías de la filiación divina en el N.T. (cf. Gál 3,25-26; 4,4-5; Rom 8,14-16; 8,29; Jn 1,12-13). En Mt 5,45 (“así serán dignos hijos de su Padre del cielo”) y en Lc 6,36 (“sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”) ser hijo de Dios no es presentado como un evento de gracia, ligado al bautismo, a la fe y a la presencia del Espíritu. Se trata más bien de una meta que hay que alcanzar a través de la praxis concreta del amor misericordioso, gratuito y sin discriminaciones, que abarca incluso a los enemigos (cf. G. Barbaglio, “Il vissuto spirituale di Gesù di Nazaret”, 74).

[31] El acento original de la parábola de Jesús sobre el amigo inoportuno (Lc 11,5-8) estaba puesto no en el amigo que pide los panes, sino en el amigo disturbado que representa a Dios, siempre dispuesto a escuchar la oración. En el contexto actual, como introducción a los vv. 9-10, el acento de la parábola se pone en el comportamiento del amigo necesitado, imagen del creyente que no debe dudar de pedir a Dios, quien siempre le escuchará. Los vv. 9-10 reproducen fielmente la versión de la fuente Q, como lo comprueba el paralelo de Mt 7,7-8, a base de frases de construcción semítica y fáciles de memorizar, que revelan sin duda la enseñanza aramea de Jesús posteriormente (Cf. G. Rossé, Il vangelo di Luca, 427-430).  A todo esto, Lucas agrega una enseñanza sobre el Espíritu Santo, naturalmente de carácter redaccional, para indicar el gran don que el discípulo debe pedir y obtendrá del Padre (Lc 11,11.13).

[32] La parábola original del juez y de la viuda (vv. 2-5), que invitaba a esperar la venida de Dios con certeza, ha sido ampliada (vv. 6-8), convirtiéndose en una enseñanza sobre la perseverancia e la oración (Cf. G. Rossé, Idem, 682-690).

[33] Cf. J. Dupont, “En priant ne rassemblez pas aux païens”, en Id., Études sur les évangiles synoptiques, Leuven 1985, 862-868.