El universalismo de la salvación

 (Hch 13,14.43-52)


      Este texto nos coloca en la ciudad de Antioquía de Pisidia, punto culminante de la primera misión de Pablo. El texto que leemos hoy nos narra la experiencia vivida por Pablo y los suyos durante el segundo sábado que pasaban en aquella ciudad. El auditorio es descrito con una hipérbole significativa: “toda la ciudad se congregó para escuchar la palabra del Señor” (v. 44). Se quiere subrayar que entre los oyentes de la predicación apostólica se encontraban no sólo judíos y prosélitos temerosos de Dios, sino también gente pagana que no pertenecía al pueblo de Israel. La reacción de los judíos ante la predicación de los apóstoles no sólo es negativa, sino también injuriosa y violenta (v. 45). Es entonces cuando Pablo y Bernabé trazan en modo solemne y programático las grandes líneas de la expansión evangelizadora en conformidad con el plan de Dios.

      En primer lugar reconocen y afirman la prioridad de Israel, como pueblo destinatario de las promesas en la historia de la salvación. Esta prioridad forma parte del designio de Dios: a Israel se debía anunciar en primer lugar el cumplimiento de las promesas divinas. Sin embargo, el pueblo judío rechaza la salvación y se vuelve así responsable de su propio destino. Aun conservando el privilegio de pueblo destinatario de las promesas divinas, Israel renuncia a su función dentro de la historia de la salvación, función que ahora toca a la comunidad cristiana (v. 46). La Iglesia, sin embargo, aun contando con el rechazo del Israel histórico, tendrá que vivir enraizada en modo permanente en el pueblo de las antiguas promesas.

            El centro de interés del texto se encuentra en el v. 47. La evangelización de los paganos no es motivada por el rechazo de Israel, sino que está fundada en la voluntad de salvación universal de parte de Dios, tal como aparece en la Escritura. Se cita un texto de Isaías, que se pone en boca del Señor Resucitado dirigiéndose a los apóstoles: “Te he puesto como luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49,6). Al final la separación es clara. Ante la predicación del evangelio, los gentiles “se alegraban y recibían con alabanzas el mensaje del Señor” (v. 48) y los discípulos quedaban “llenos de alegría y del Espíritu Santo”; los judíos, en cambio, rechazaban violentamente el anuncio evangélico. Los apóstoles, habiendo sido expulsados de la ciudad, según el mandato del Señor (cf. Mc 6,11), “sacudieron el polvo de sus pies y se fueron” (v. 51). El gesto indica separación total y juicio. Los apóstoles consideran a aquella gente que se ha cerrado al evangelio como pagana e impura, no tienen parte con ella y la abandonan al juicio de Dios.