Evangelio de la Vigilia Pascual 2001
(Lc 24,1-12)
El relato es colocado cronológicamente “el primer día después del sábado” (v. 1). De esta forma, con la mención del día en que la comunidad cristiana celebraba el recuerdo de la resurrección del Señor, se da un sabor litúrgico los acontecimientos narrados. Las mujeres se dirigen al sepulcro “al amanecer”, es decir, apenas pasado el día sagrado de los judíos, con los aromas que habían preparado para la sepultura de Jesús, pero que no habían podido utilizar pues cuando fue sepultado el sábado estaba ya por iniciar (Lc 23,56).
Lucas
habla con especial interés de “las mujeres” que seguían a Jesús y le servían
durante su ministerio público (Lc 8,1-3). Estas mismas mujeres le acompañaron
desde Galilea y habían estado presentes observándolo todo atentamente en el
momento de la crucifixión (Lc 23,49) y de la sepultura (Lc 23,55). Yendo al
sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús quieren ofrecer la última muestra
de afecto y de servicio al Maestro. Lucas quiere mostrar la continuidad de su
testimonio. Ellas han conocido de cerca a Jesús, lo han seguido, le han
servido, han sido testigos de su muerte cruel y de su sepultura. Conocen bien
toda su historia, pero todavía no han llegado al fondo del misterio y al conocimiento
último de la verdad de Jesús. Esto les será revelado precisamente al encontrar
el sepulcro vacío.
Al
llegar encuentran la piedra retirada del sepulcro y al entrar “no encontraron
el cuerpo del Señor” (v. 3). El evangelista ofrece al lector aquí una primera
indicación preciosa sobre el misterio de la pascua. Jesús, el Maestro buscado
por las mujeres, el Crucificado, es llamado Kyrios, “Señor”. Esta es su
verdadera identidad. Las mujeres, sin embargo, solamente ven un sepulcro vacío
que se puede prestar a diversas interpretaciones. No prueba nada sobre la
condición gloriosa de Jesús. Se hace necesario escuchar una voz que viene de
Dios, representado por “dos hombres, vestidos con ropas deslumbrantes” (v. 4).
Son dos, porque según la tradición bíblica, en cualquier asunto, para que el
testimonio fuera válido, los testigos auténticos y creíbles debían ser dos (Dt
19,15; Dn 12,5; Zc 4,14; 2Mac 3,26; Ap 11,1-13). Su testimonio es el de Dios.
En efecto, visten ropas luminosas, deslumbrantes, como Jesús en la
Transfiguración (Lc 9,29). Delante de ellos, las mujeres experimentan el temor
natural del hombre delante de la trascendencia y caen rostro en tierra
reconociendo la presencia del misterio divino (v. 5).
Los
dos hombres se dirigen a las mujeres diciéndoles: “¿Por qué buscáis entre los
muertos al que vive? (v. 5b). Las mujeres buscaban un cadáver; la voz del
cielo, en cambio, les habla de Jesús como el que vive, como el Viviente
(griego: to zônta) por excelencia (Lc 24,23; Hch 1,3). Y añade: “No está
aquí, ha resucitado” (v. 6). O mejor, según el texto original griego, “ha sido
resucitado”, que utiliza el verbo egeirô en forma pasiva, indicando la
acción poderosa de Dios que ha intervenido resucitando a Jesús. Los dos hombres
terminan invitando a las mujeres a “recordar” lo que había dicho Jesús en sus
anuncios sobre la pasión, muerte y resurrección. Solamente la memoria, basada
en la palabra de Jesús, puede llevar a interpretar correctamente el sentido de
los acontecimientos que han ocurrido en él. Y sólo la resurrección puede ayudar
a entender plenamente el ministerio terreno de Jesús. El hecho de que Jesús
esté vivo no es el resultado de una contingencia histórica, sino que entra en
el plan de Dios. Sólo recordando lo que él hizo y dijo, entenderemos lo que
significa su resurrección, y sólo desde ella entenderemos la vida y el
ministerio del Maestro. Resucitando a Jesús, Dios confirma su opción por los
pobres, los pecadores y los últimos de este mundo, confirma la validez de su
anuncio del reino de Dios y de sus hechos liberadores en favor del hombre.
Al
final las mujeres abandonan el sepulcro y van a anunciar a los apóstoles la
alegre noticia (v. 10). La duda de los apóstoles ante las palabras de las
mujeres no es del todo negativa en el relato (v. 11). Lucas quiere presentar a
aquellos que serán los testigos de la fe pascual ante el mundo y el fundamento
de la comunidad cristina, como gente que no es ingenua. Creerán verdaderamente
cuando ellos también tengan una experiencia efectiva y real del Resucitado. La
fe apostólica no se basa en lo que otros (“las mujeres”) han contado a los
apóstoles, sino en su experiencia real de encuentro con Cristo Resucitado.
Pedro, sin embargo, va al sepulcro (v. 12) y queda lleno de estupor ante lo
sucedido. El testimonio originario de aquellas que fueron las primeras
evangelizadoras de pascua, las mujeres fieles a Jesús, y el estupor de Pedro
ante la tumba vacía, son las primeras bases de lo que será la fe cristiana en
el Señor Resucitado.