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MENSAJE DEL SANTO
PADRE JUAN PABLO II
PARA LA XVIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
(Versione
in lingua italiana)
"Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27)
Amadísimos jóvenes:
1. Es para mí una alegría constantemente renovada dirigiros un mensaje
especial con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, para testimoniaros
también de este modo el afecto que siento por vosotros. Guardo en mi memoria,
como un recuerdo luminoso, las impresiones que han suscitado en mí nuestros
encuentros en las Jornadas mundiales: los jóvenes y el Papa juntos, con
numerosos obispos y sacerdotes, miran a Cristo, luz del mundo, lo invocan y lo
anuncian a toda la familia humana. A la vez que doy gracias a Dios por el
testimonio de fe que habéis dado también recientemente en Toronto, os renuevo
la invitación pronunciada a orillas del lago Ontario: "La Iglesia os
mira con confianza y espera que os convirtáis en el pueblo de las
bienaventuranzas" (Discurso en el "Exhibition
place", 25 de julio de 2002, n. 6).
Para la XVIII Jornada mundial de la juventud, que celebraréis en las diversas
diócesis del mundo, he elegido un tema en relación con el Año del
Rosario: "He ahí a tu madre" (Jn 19, 27). Antes de
morir, Jesús ofrece al apóstol Juan lo más valioso que tiene: su Madre,
María. Son las últimas palabras del Redentor, que asumen, por ello, un carácter
solemne y constituyen como su testamento espiritual.
2. Las palabras del ángel Gabriel en Nazaret: "Dios te salve,
llena de gracia" (Lc 1, 28), iluminan también la escena del
Calvario. La Anunciación se sitúa en el inicio, la cruz señala su cumplimiento.
En la Anunciación, María dona en su seno la naturaleza humana al Hijo de
Dios; al pie de la cruz, en Juan, acoge en su corazón a la humanidad entera. Madre
de Dios desde el primer instante de la Encarnación, se convierte en Madre de
los hombres en los últimos momentos de la vida de su Hijo Jesús. Ella, que no
tiene pecado, en el Calvario "experimenta" en su ser el sufrimiento
del pecado, que el Hijo toma sobre sí para salvar a los hombres. Al pie de la
cruz, en la que está muriendo Aquel a quien ha concebido con el "sí"
de la Anunciación, María recibe de él casi una "segunda
anunciación": "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,
26).
En la cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de su Madre. Todo
hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes,
debéis afrontar el sufrimiento: la soledad, los fracasos y las
desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades de inserción en el
mundo de los adultos y en la vida profesional; las separaciones y los lutos en
vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero
sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no
estáis solos: como le sucedió a Juan al pie de la cruz, Jesús os da
también a vosotros a su Madre, para que os consuele con su ternura.
3. El Evangelio dice también que "desde aquella hora el discípulo la
acogió en su casa" (Jn 19, 27). Esta expresión, tan comentada desde
los orígenes de la Iglesia, no designa sólo el lugar en el que vivía Juan. Más
que el aspecto material, evoca la dimensión espiritual de esa acogida, del
nuevo vínculo que se establece entre María y Juan.
Vosotros, queridos jóvenes, tenéis más o menos la misma edad de Juan, y el
mismo deseo de estar con Jesús. Hoy Cristo os pide expresamente a vosotros que
recibáis a María "en vuestra casa", que la acojáis "entre
vuestros bienes" para aprender de ella, que "guardaba todas estas
cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19), la disposición
interior a la escucha y la actitud de humildad y generosidad que la
distinguieron como primera colaboradora de Dios en la obra de la salvación. Ella,
desempeñando su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo
"sea formado" plenamente en vosotros (cf. Rosarium Virginis Mariae, 15).
4. Por eso, repito también hoy el lema de mi servicio episcopal y
pontificio: "Totus tuus". He experimentado
constantemente en mi vida la presencia amorosa y eficaz de la Madre del Señor;
María me acompaña cada día en el cumplimiento de la misión de Sucesor de Pedro.
María es Madre de la gracia divina, porque es Madre del Autor de la gracia. Encomendaos
a ella con plena confianza. Resplandeceréis con la belleza de Cristo. Abiertos
al soplo del Espíritu, llegaréis a ser apóstoles intrépidos, capaces de
difundir en vuestro entorno el fuego de la caridad y la luz de la verdad. En la
escuela de María descubriréis el compromiso concreto que Cristo espera de
vosotros, aprenderéis a ponerlo a él en el primer lugar en vuestra vida, a
orientar hacia él vuestros pensamientos y vuestras acciones.
Queridos jóvenes, como sabéis, el cristianismo no es una opinión y no consiste
en palabras vanas. El cristianismo es Cristo. Es una Persona, es el Viviente. Encontrar
a Jesús, amarlo y hacerlo amar: esta es la vocación cristiana. María se
os da para ayudaros a entablar una relación más auténtica y más personal con
Jesús. Con su ejemplo, María os enseña a fijar una mirada de amor en él, que os
ha amado primero. Con su intercesión, plasma en vosotros un corazón de
discípulos capaces de ponerse a la escucha del Hijo, que revela el rostro
auténtico del Padre y la verdadera dignidad del hombre.
5. El 16 de octubre de 2002 proclamé el "Año del Rosario" e
invité a todos los hijos de la Iglesia a hacer de esta antigua oración mariana
un ejercicio sencillo y profundo de contemplación del rostro de Cristo. En
efecto, rezar el rosario significa aprender a mirar a Jesús con los ojos de su
Madre, a amar a Jesús con el corazón de su Madre. Os entrego hoy idealmente
también a vosotros, queridos jóvenes, el rosario. A través de la oración y la
meditación de los misterios, María os guía con seguridad hacia su Hijo. No os
avergoncéis de rezar el rosario solos, mientras vais a la escuela, a la
universidad o al trabajo, por la calle y en los medios de transporte público;
acostumbraos a rezarlo entre vosotros, en vuestros grupos, movimientos y
asociaciones; no dudéis en proponer a vuestros padres y a vuestros hermanos que
se rece en casa, pues reaviva y afianza los vínculos entre los miembros de la
familia. Esta oración os ayudará a ser fuertes en la fe, constantes en la
caridad, y gozosos y perseverantes en la esperanza.
Con María, esclava del Señor, descubriréis la alegría y la fecundidad de la
vida oculta. Con ella, discípula del Maestro, seguiréis a Jesús por las calles
de Palestina, convirtiéndoos en testigos de su predicación y de sus milagros. Con
ella, Madre dolorosa, acompañaréis a Jesús en su pasión y en su muerte. Con
ella, Virgen de la esperanza, acogeréis el anuncio gozoso de la Pascua y el don
inestimable del Espíritu Santo.
6. Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos
más íntimos. Sólo él, que os ha amado hasta la muerte (cf. Jn 13, 1), es
capaz de colmar vuestras aspiraciones. Él tiene palabras de vida eterna,
palabras que dan sentido a la vida. Nadie, salvo Cristo, podrá daros la
verdadera felicidad. Siguiendo el ejemplo de María, dadle vuestro
"sí" incondicional. Que en vuestra existencia no haya lugar ni para
el egoísmo ni para la pereza. Ahora, más que nunca, urge que seáis los
"centinelas de la mañana", los vigías que anuncian las luces del alba
y la nueva primavera del Evangelio, cuyos brotes ya se ven. La humanidad
necesita imperiosamente el testimonio de jóvenes libres y valientes, que se
atrevan a ir contra corriente y proclamen con fuerza y entusiasmo su fe en
Dios, Señor y Salvador.
Queridos amigos, también vosotros sabéis que esta misión no es fácil. Incluso
resulta imposible, si sólo se cuenta con las propias fuerzas. Pero "lo
imposible para los hombres, es posible para Dios" (Lc 18, 27; 1,
37). Los verdaderos discípulos de Cristo tienen conciencia de su propia debilidad.
Por esta razón, ponen toda su confianza en la gracia de Dios, que acogen con
corazón indiviso, convencidos de que sin él no pueden hacer nada (cf. Jn
15, 5). Lo que los caracteriza y los distingue del resto de los hombres no son
sus talentos o sus disposiciones naturales. Es su firme determinación de seguir
a Jesús. Sed imitadores de ellos, como ellos lo fueron de Cristo. Y que él
"ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la
esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los
santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que
creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa" (Ef 1, 18-19).
7. Queridos jóvenes, como sabéis, el próximo Encuentro mundial se
celebrará el año 2005 en Alemania, en la ciudad y diócesis de Colonia. El
camino es aún largo, pero los dos años que nos separan de esa cita pueden
servir como preparación intensa. Ojalá que os ayuden en el camino los temas que
he elegido para vosotros:
Para la XIX Jornada mundial de la juventud, el año 2004: "Queremos
ver a Jesús" (Jn 12, 21).
Para la XX Jornada mundial de la juventud, el año 2005: "Hemos
venido a adorarle" (Mt 2, 2).
Mientras tanto celebraréis los encuentros en vuestras Iglesias locales el
domingo de Ramos: vivid con empeño, en la oración, en la escucha atenta y
en la comunión gozosa, estas ocasiones de "formación
permanente", manifestando vuestra fe ferviente y devota. Como los
Magos, sed también vosotros peregrinos impulsados por el deseo de
encontrar al Mesías y adorarle. Anunciad con valentía que Cristo, muerto y
resucitado, es el vencedor del mal y de la muerte.
En este tiempo, sobre el que se ciernen las amenazas de la violencia, el odio y
la guerra, testimoniad que él es el único que puede dar la verdadera paz al
corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Comprometeos a
buscar y a promover la paz, la justicia y la fraternidad. Y no olvidéis las
palabras del Evangelio: "Bienaventurados los que trabajan por la
paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).
Encomendándoos a la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, os
acompaño con una especial bendición apostólica, signo de mi confianza y
confirmación de mi afecto por vosotros.
IOANNES
PAULUS II
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