LA BIBLIA Y LOS CARMELITAS DE AMERICA LATINA

EN LA NUEVA EVANGELIZACION

 

Desde el inicio de la evangelización en nuestro continente, “la Palabra de Dios fecundó las culturas de nuestros pueblos llegando a ser parte integrante de su historia” (Mens. a los pueblos de A.L., 2). Al interior de esa historia, fecundada por la Palabra, los carmelitas se preguntan hoy cómo vivir y ayudar a vivir la Palabra de Dios. En el contexto de la nueva evangelización esta pregunta es una exigencia fundamental. El documento de Santo Domingo (DSD) nos ha recordado que “esta evangelización tendrá sus fuerzas renovadoras en la fidelidad a la Palabra de Dios” (DSD 27).

Nos colocamos así frente al doble reto de vivir y ser testigos de esa Palabra en América Latina y frente a una doble fidelidad, fidelidad a un pueblo que ha comenzado a recuperar con fuerza la Palabra de Dios para iluminar y responder cristianamente a los desafíos de la realidad y a un carisma como el del Carmelo de tan profundo arraigo bíblico.

 

1. La dimensión bíblica del carisma carmelitano

La Biblia, como texto inspirado por el Espíritu, es el testimonio privilegiado aunque no exclusivo de la Palabra de Dios. Ella nos ofrece, consignado por escrito, el camino de la revelación. Reflexionar sobre la dimensión bíblica del carisma de los carmelitas es pues, en el fondo, interesarnos por la relación entre la tradición carmelitana y la Palabra de Dios. Nos interesa tomar conciencia de la forma en que la Palabra de Dios ha sido vivida y anunciada en el Carmelo por aquellos que nos han precedido y en quienes nos inspiramos. Sólo así podremos nosotros, herederos del mismo carisma, vivir y anunciar la Palabra ante los nuevos retos de la realidad actual, con el mismo ardor y la misma creatividad que ellos.

El carisma del Carmelo surge como don del Espíritu, desde sus inicios, con una marcada dimensión bíblica. Y a lo largo de la historia ha sido vivido y reinterpretado también desde una fuerte sintonía con la Sagrada Escritura. De tal forma que podemos afirmar que el carisma del Carmelo es una larga e ininterrumpida historia de lectura y vivencia de la Biblia, de la que dan testimonio grandes personalidades carismáticas en nuestra tradición.

El Carmelo surge en la tierra de la Biblia e inspirándose en dos personajes de la Escritura: Elías y María. Elías aparece en el Antiguo Testamento como modelo de quien acoge y obedece a la Palabra de Dios, proclama y defiende el proyecto de vida de YHWH y vive en cercanía y solidaridad con el pueblo pobre y oprimido. Sabe escuchar la palabra de Dios en el silencio interior y en los acontecimientos (cf. 1Re 17, 2-6); se acerca al pueblo que sufre (cf. 1Re 17,17-24) y que vive oprimido política y religiosamente para proclamar una palabra de vida de parte de YHWH que le libera de todos los ídolos (cf. 1Re 18,20-40); y defiende al pobre frente a los intereses de los poderosos que buscan despojarle (cf. 1Re 21,17-26). Elías también es modelo de quien acoge la palabra de Dios en la crisis y en la debilidad humana (cf. 1Re 19,1-8) y se abre a nuevas experiencias de un Dios siempre sorprendente (cf. 1Re 19,9-13). Los carmelitas “consideran su carisma profético como ideal de su llamamiento a la escucha y proclamación de la Palabra de Dios” (cf. Const. OCD 2).

María, por su parte, desde el primer momento aparece en íntima relación con la Palabra de Dios que le llega en la vida (cf. Lc 1,26-38), la cual medita constantemente en su corazón (cf. Lc 2,20) y a la cual se consagra como sierva (cf. Lc 1,38). Lucas nos la presenta como alguien que escucha y conoce también la Palabra de Dios en la Escritura, cuando pone en sus labios el himno del Magnificat con toda la carga profética y liberadora que éste encierra (cf. Lc 1,46-56). María, abierta a la Palabra de Dios, también conoce y escucha los clamores de su pueblo judío oprimido (cf. Lc 1,52-53). Como los profetas de Israel ella es sierva de la Palabra y servidora de los hombres; mujer orante que alaba gozosa a su Dios y proclamadora fiel de su palabra liberadora. María es, para nosotros los carmelitas, un “modelo admirable de nuestra consagración religiosa” (Const. OCD 2).

Elías y María, modelos bíblicos de la vocación carmelitana, escuchan, obedecen y sirven a la Palabra de Dios, que les llega a través de la vida y de la Escritura; viven en apertura y fidelidad permanente al Señor y a los hombres sus hermanos y acogen en su propia vida el proyecto liberador de Dios anunciándolo gozosamente a los demás y denunciando todo aquello que se opone al mismo.

Los santos padres del Carmelo, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, también viven con intensidad la Palabra de Dios, se interesan por conocerla y se confrontan constantemente con ella desde su propia vida. Ambos son maestros y testigos de una espiritualidad fuertemente bíblica que es, a mi juicio, una de las razones de su novedad y actualidad permanentes.

Santa Teresa vive en una época en la que se había cerrado al pueblo sencillo el acceso a la Biblia, no llega a conocer íntegramente la Sagrada Escritura y carece de una formación satisfactoria en materia bíblica. Sin embargo, su amor por la Palabra de Dios, su deseo profundo de alimentarse y confrontarse con ella, aparece en las páginas de todas sus obras. [1] Frente a la decisión de la Inquisición de prohibir “libros de romance que no se leyesen” (V 26,5), prohibición que alcanzaba naturalmente a la Sagrada Escritura, Teresa no se resigna y en tono polémico eleva su queja: “Que tampoco nos hemos de quedar las mujeres tan de fuera de gozar las riquezas del Señor” (CAD 1,8).

Dios le concede a Teresa de Jesús intuir místicamente el valor de la Biblia (cf. V 40,1-4). Dios se le representa como la misma Verdad, en la que todas las otras verdades hallan su fundamento y plenitud y ella puede experimentar que esa Verdad de Dios, esa Verdad que es Dios, está en la Biblia. Y así es que llega a comprender que “todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad” (V 40,1). Su decisión, a partir de ese momento es, por tanto, radical: “con grandísima fortaleza y muy de veras para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la Escritura divina” (V 40,2).

Teresa se acerca a la Biblia desde la vida. Y es desde su vida real y concreta donde encuentra nuevos sentidos al texto bíblico (cf. CAD 1,10) dejándonos testimonio de un auténtico criterio hermenéutico para comprender la Biblia: ser “alma que está abrasada de amor” (CAD 1,10). La Palabra de Dios es auténticamente palabra reveladora para el hombre cuando media el amor. [2] Una Palabra que es dinamismo de comunión, de amor y de vida, sólo se puede acoger desde la vida y desde el amor. Por eso ella, que vive una vida “abrasada de amor”, a quien el amor del Señor ha sacado de sí (cf. CAD 1,12), como ella afirma, se acerca con gran libertad a los textos de la Escritura desde su propia vida, encontrando en ellos luz y consuelo: “Y si no fuere a propósito de lo que quiere decir, tómolo yo a mi propósito; que no saliendo de lo que tiene la Iglesia y los santos... licencia nos da el Señor... Y no yendo con curiosidad, como dije al principio, sino tomando lo que Su Majestad nos diere a entender, tengo por cierto no le pesa que nos consolemos y deleitemos en sus palabras y obras” (CAD 1,8). Estas intuiciones teresianas son de un valor inmenso cuando pensamos en la gente sencilla de nuestras comunidades que lee la Biblia. No podemos menos que promover el encuentro de los pobres y sencillos con la Palabra de Dios en la Escritura y alegrarnos por ello. En el último documento de la Pontificia Comisión Bíblica, “La Interpretación de la Biblia en la Iglesia”, publicado en abril del año pasado, se afirma que: “Hay que alegrarse de ver que gente humilde y pobre, toma la Biblia en sus manos y puede aportar a su interpretación y actualización una luz más penetrante, desde el punto de vista espiritual y existencial, que la que viene de una ciencia segura de sí misma”. [3] Los pobres y sencillos no sólo pueden comprender la Palabra de Dios en la Escritura sino que pueden enriquecer a la Iglesia con su lectura y comprensión. Este es otro de los grandes signos del Espíritu en la Iglesia latinoamericana. [4]

Pero Santa Teresa de Jesús no se satisface con su lectura bíblica y acude a “los letrados” para que le iluminen con la Palabra de Dios (cf. V 13,16; CAD 1,8). Además de asegurarle su comunión con la fe de la Iglesia, estos le ofrecen un servicio inmenso: le ayudan a leer con profundidad su vida a la luz de la Palabra. “Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios” (V 13,16). Teresa comprende y vive la Palabra de Dios místicamente y se le vuelve penetrante y eficaz en sus experiencias espirituales. En su magisterio todo el proceso espiritual queda ilustrado a través de textos, acontecimientos y personajes de la Biblia. Teresa de Jesús ha hallado en la Escritura, verdadera narración de fe de la experiencia de Dios que ha hecho un pueblo, el paradigma de toda posterior experiencia de Dios. [5]

San Juan de la Cruz, por su parte, fue un asiduo lector de la Biblia y un buen conocedor de la misma. El rezo del oficio divino y sus estudios en Salamanca le ayudaron a ello. Sus obras están llenas de innumerables citas de la Biblia; la dinámica de su proyecto espiritual evoca experiencias y símbolos bíblicos fundamentales [6], campo de estudio sanjuanista todavía poco explotado; el “Cántico Espiritual” es un bello y válido testimonio de lectura mística del Cantar de los Cantares. [7] Su lectura de la Biblia es un verdadero acercamiento a la Escritura desde la experiencia y el camino teologal. Aun cuando su lectura es marcadamente alegórica, no utiliza arbitrariamente los textos bíblicos sino que sorprendentemente en muchísimos casos está muy atento al contexto de los mismos para su utilización. Una lectura en profundidad de las obras sanjuanistas nos permite incluso captar en ellas una comprensión del texto bíblico que podríamos llamar “histórico-salvífica”. [8] En el prólogo a sus obras mayores el santo ha dejado testimonio de su deseo de fundamentar e iluminar con la Biblia, leída en la Iglesia, la experiencia creyente: “Aprovecharme he para todo lo que, con el favor divino, hubiere de decir -a lo menos para lo más importante y oscuro de entender- de la divina Escritura, por la cual guiándonos no podremos errar, pues que el que en ella habla es el Espíritu Santo. Y si yo en algo errare, por no entender bien así lo que en ella como en lo que sin ella dijere, no es mi intención apartarme del sano sentido y doctrina de la santa madre Iglesia católica” (Pról. a 1S).

Para San Juan de la Cruz toda la Palabra de Dios culmina y queda dicha en Cristo, Palabra definitiva del Padre (cf. 2S7 y 2S 22) a quien debemos “mirar” y “escuchar” en su existencia histórica. Para el Santo es exigencia fundamental del creyente escuchar la Palabra de Dios que nos viene dada sólo en Cristo y por mediación suya: “Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo” (2S 22,4). Juan de la Cruz nos recuerda con esto que el Evangelio es irremplazable, que para el creyente es insustituible la contemplación de Cristo en las páginas bíblicas de los evangelios. En ellas encontramos la cristología como sabiduría y una imagen de Cristo que se vuelve inspiradora de todo seguimiento.

 

2. Vivir la Palabra de Dios, como carmelitas, en América Latina.

Lo dicho anteriormente nos coloca frente a la rica e ininterrumpida tradición bíblica, que ha estado siempre a la raíz de la vocación carmelitana. Los carmelitas son herederos de un carisma en el que la Sagrada Escritura ocupa un lugar privilegiado. Con razón las constituciones del Carmelo Teresiano hablan de “meditar y conocer con sumo interés la Palabra de Dios” (Const. OCD 65), invitándonos a tener, como exhorta la Regla, la Palabra de Dios en los labios y en el corazón, dedicándonos de modo especial a la lectura y meditación de los Evangelios y de toda la Sagrada Escritura, a fin de alcanzar el sublime conocimiento de Cristo Jesús (cf. Idem).

2.1 Una lectura frecuente y vital de la Sagrada Escritura

La primera pista que ofreceríamos para vivir la Palabra de Dios, como carmelitas, en nuestro continente es el contacto frecuente y vital con los textos bíblicos. Un contacto frecuente que nos lleve a familiarizarnos con el proyecto y los caminos de Dios manifiestados en la historia bíblica y un contacto vital que nos haga percibir esa historia como fuente de discernimiento para encontrar al Señor y descubrir su voluntad en nuestra propia realidad. Un contacto frecuente y vital sobre todo con los evangelios que nos permita, en expresión de Sto. Domingo y con fuertísima resonancia sanjuanista, alcanzar “una radical conformación con Jesucristo, el primer evangelizador” (DSD 28). Jesús evangelizador, con sus palabras y obras, es el modelo y el paradigma de toda praxis evangelizadora.

2.2 Una auténtica experiencia del Dios de la Palabra

Estamos llamados a “evangelizar a partir de una profunda experiencia de Dios” (cf. DSD 91). No podemos contentarnos con una acogida superficial de la Palabra de Dios. Como los profetas de Israel estamos llamados a una profunda experiencia de la Palabra que, desde dentro nos queme y nos moldee y se nos vuelva, en frase de Jeremías, “fuego ardiente, prendido en los huesos” (Jer 20,9) y “martillo que golpea la peña” (Jer 23,29). Si queremos ser auténticos profetas, servidores de la Palabra de Dios debemos vivir constantemente abiertos al Dios de la Palabra. “La acción profética no se entiende ni es verdadera y auténtica sino a partir de un real y amoroso encuentro con Dios que atrae irresistiblemente (cf. Am 3,8; Jer 20,7-9; Os 2,16s)” (DSD 37). Esto nos lleva a revisar nuestra escucha diaria de la Palabra de Dios y nuestra diaria oración de la misma con los Salmos. Como profetas de la nueva evangelización estamos llamados, ante todo, a una experiencia profunda del Espíritu: “Sólo participando de su Espíritu (la Iglesia) puede transmitir a los hombres la auténtica palabra de Dios” (DSD 31).

2.3 Una experiencia de la Palabra en cercanía con el pueblo

El Mensaje a los pueblos de A.L. en Sto. Domingo nos propone el episodio de los discípulos de Emaús como “modelo de la nueva evangelización” (n. 13). En el texto asistimos a una profunda transformación por obra de la Palabra de Jesús: aquel viaje desconsolado se vuelve un itinerario de esperanza (cf. n. 18-19). Pero hay otra transformación en el relato: unas palabras de la Escritura, antiguas y conocidas, adquieren nuevo sentido al contacto con el drama de la desesperanza de aquellos hombres. Jesús hace una verdadera experiencia de la Palabra de Dios, al leer y explicar la Escritura, buscando a las personas y caminando con ellas para asumir sus alegrías y esperanzas, sus dificultades y sus tristezas (cf. n. 14). Nosotros también sólo podremos hacer una verdadera experiencia de la Palabra de Dios y entender a profundidad la Escritura, que testimonia el camino de liberación del hombre y del pueblo de Dios, si vivimos en cercanía con el pueblo, haciendo nuestras sus tristezas y desconsuelos y caminando solidarios con los pobres, en quienes la palabra de la Escritura se vuelve auténtica “buena noticia” y palabra de liberación.

2.4 Profundizar en “el estudio” de la palabra de Dios en la Escritura

El documento de Sto. Domingo nos exhorta a “profundizar en el estudio y la meditación de la Palabra de Dios para poder vivirla y transmitirla a los demás con fidelidad” (Mens. 21). Y nos recuerda que en la nueva evangelización se requieren agentes pastorales “dotados de un sólido conocimiento de la Biblia que los capacite para leerla, a la luz de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, y para iluminar desde la Palabra de Dios su propia realidad personal, comunitaria y social” (DSD 49). En ambos textos se insiste en la necesidad de conocer la Biblia con solidez a partir de un estudio profundo y sistemático de la misma. El recurso a “los letrados” en Santa Teresa de Jesús (cf. V 13, 16-18) y su convicción de que “espíritu que no vaya comenzando en verdad, yo más le querría sin oración” (V 13,16), nos enseña que no podemos descuidar este aspecto. Positivamente significa estar abiertos a una formación permanente en materia bíblica, sin ignorar el aporte de la exégesis actual que pueda ayudarnos a una mejor comprensión del texto sagrado. Es cierto que no es todo ni lo más importante a la hora de comprender la Biblia pero un diálogo fecundo con la exégesis nos puede librar de los peligros del fundamentalismo; de los engaños de interpretaciones piadosas pero ilusorias y de las lecturas parcializadas del texto sagrado que nos hagan caer en un estéril espiritualismo bíblico o en una lectura excesivamente politizada de la Biblia.

 

3. Ser testigos y servidores de la Palabra de Dios, como carmelitas, en América Latina

Después de lo dicho anteriormente sólo queremos ahora ofrecer unas pistas de acción concreta que puedan manifestar nuestro servicio a la Palabra de Dios en América Latina. Subrayo tres:

3.1 Hacer cercana la Buena Nueva a las realidades culturales de América Latina

Esta exigencia de la Nueva Evangelización, nos recuerda Sto. Domingo, continúa la línea de la Encarnación del Verbo (cf. DSD 30). Es decir, pertenece al mismo ser de la Palabra de Dios encarnada en la historia y el lenguaje humano, asumir un lenguaje y unas formas de expresión que le permitan penetrar a profundidad en las distintas culturas. Sólo así el evangelio se hace concreto y, aunque no se identifique con las culturas, no puede existir fuera de una determinada expresión cultural. En realidad se trata de un proceso de “mutua fecundación” entre la Palabra de Dios y las culturas. [9] Llamados a anunciar y ser testigos de la Palabra de Dios en América Latina no podemos olvidar que “la nueva evangelización tiene que inculturarse en el modo de ser y de vivir de nuestras culturas...especialmente las indígenas y afroamericanas” (DSD 30) y que “urge aprender a hablar según la mentalidad y cultura de los oyentes, de acuerdo a sus formas de comunicación y a los medios que están en uso” (DSD 30).

3.2 Alentar y acompañar la lectura popular de la Biblia en nuestras comunidades

Como un signo del Espíritu, siempre presente en la historia y en la vida de la Iglesia, y en sintonía con el Vaticano II, ha surgido en las comunidades populares de América Latina una nueva forma de leer y comprender la Palabra de Dios en la Biblia. [10] No podemos menos que acompañarla y alentarla. Esta lectura, desde la perspectiva de los pobres, consiste fundamentalmente en la comprensión de la Biblia como instrumento privilegiado para discernir, comprometerse y anunciar la Palabra de Dios hoy en nuestra realidad de pobreza y de injusticia. No se busca simplemente comprender la Biblia sino interpretar e iluminar la vida con la ayuda de la Biblia. Interesa no el texto en sí mismo, sino en cuanto desencadena e ilumina la liberación del hombre. Se intenta, en síntesis, una lectura orante y comprometedora que lleve a la acción transformadora de la sociedad según el proyecto liberador de Dios con la fuerza del Espíritu.

3.3 Una presencia más intensa de la Biblia en nuestro trabajo pastoral

La nueva evangelización “tendrá sus fuerzas renovadoras en la fidelidad a la Palabra de Dios” (DSD 27). Una presencia más intensa de la Escritura en nuestra misión pastoral nos coloca en sintonía con el misterio de la Iglesia “comunidad santa, convocada por la Palabra” (DSD 33). No olvidemos tres ámbitos importantes del trabajo pastoral, de los que habla el documento de Santo Domingo, en los que podemos convertirnos en auténticos servidores y testigos de la Palabra de Dios: la liturgia (DSD 34-35); la catequesis (DSD 33) y el apostolado bíblico (DSD 38). En ellos, una presencia más intensa y profunda de la Biblia, acogida en la fe de la Iglesia y al contacto con la realidad, animando la predicación y la vida de las comunidades, nos asegura una mayor eficacia evangelizadora. Sólo así podremos, con la fuerza de la Palabra y bajo la acción del Espíritu, generar en nosotros y en todo el pueblo de Dios “una nueva mística” (DSD 28) y una “renovada espiritualidad” (DSD 45), que anime la nueva evangelización, sostenga la auténtica promoción humana y sea el fermento de una cultura cristiana (cf. DSD 45).

Vivir y ser testigos de la Palabra de Dios nos permite colocarnos “en la vanguardia misma de la predicación, dando siempre testimonio del Evangelio de la salvación” y nos hace “mantener vivo el carisma de los fundadores” (DSD 91). “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos” (Hb 4,12). Que ella sostenga nuestro trabajo evangelizador en América Latina.

 

 

Fr. Silvio José Báez o.c.d.

VI Encuentro Latinoamericano de Espiritualidad

Orden de Carmelitas Descalzos

Colombia, 28 de febrero-4 de marzo de 1994

 

 


Footnotes

[1] Cf. Maximiliano Herráiz, “Biblia y Espiritualidad Teresiana”, en Experiencia de Dios, ed. Monte Carmelo, Burgos, 1980, 43-72.

[2] Idem, 55

[3] Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la iglesia, ed. Libreria Editrice Vaticana, Roma, 1983, 118

[4] Cf. Camilo Maccise, La espiritualidad de la Nueva Evangelización, ed. CRT, México, 1990, 17

[5] Cf. Maximiliano Herráiz, “Biblia y Espiritualidad Teresiana”, 58-72

[6] Cf. por ejemplo: Fabrizio Foresti, Le radici bibliche della Salita del Monte Carmelo di S. Giovanni della Croce, en “Carmelus” 28 (1981) 226-255.

[7] cf. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la iglesia, 51

[8] cf. Francisco de Brändle, Biblia en San Juan de la Cruz, ed. de Espiritualidad, Madrid, 1990.

[9] cf. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 110-112.

[10] Cf. Carlos Mesters, Fiore senza difesa. Una spiegazione della Bibbia a partire del popolo; Citadella Editrice, Assisi, 1986; Por detrás de las palabras; Palabra Ediciones, México, 1990; “The use of the Bible in Christian Communities of the Common People” en The Bible and Liberation. Political and Social Hermeneutics; Orbis Books, New York, 1983. Para una visión crítica pero positiva de este tipo de lectura cf. Pontificia Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, 57-60.

 

 

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