Es
justamente cuando comienzan a utilizarse las armas, cuando se vuelve
imperativa la exigencia de reglas que tienden a hacer menos
deshumanas las operaciones bélicas.
A
través de los siglos ha ido creciendo gradualmente la conciencia de
una tal exigencia, hasta la progresiva formación de un verdadero
corpus jurídico, definido como “derecho internacional
humanitario”. Tal corpus ha podido desarrollarse gracias a la
madurez de los principios connaturales al mensaje cristiano.
Como
ya he tenido ocasión de decirlo en el pasado a los miembros del
Instituto Internacional de Derecho Humanitario, el cristianismo
“ofrece a este desarrollo una base en su afirmación acerca del
valor autónomo del hombre y de su preeminente dignidad de persona
con su propia individualidad, completa en su constitución esencial
y dotada de una conciencia racional y de una voluntad libre. También
en los siglos pasados, la visión cristiana del hombre ha inspirado
la tendencia a mitigar la tradicional crueldad de la guerra,
asegurando un tratamiento más humano para quienes resultaran
implicados en las hostilidades.
Ha dado un aporte decisivo a la afirmación, tanto desde el
punto de vista moral como en la práctica, de las normas de
humanidad y de justicia que son hoy, en forma adecuadamente
modernizada y precisa, el núcleo de nuestras actuales convenciones
internacionales” (18 mayo 1982).
Los capellanes militares, movidos por el amor de Cristo, están
llamados, por una especial vocación, a dar testimonio que incluso
en medio de los combates más ásperos y siempre posibles, es
obligatorio respetar la dignidad del adversario militar, la dignidad
de las víctimas civiles, la dignidad indeleble de todo ser humano
implicado en encuentros armados. De tal modo, además, se favorece
aquella reconciliación necesaria al restablecimiento de la paz
después del conflicto.
Inter arma caritas ha sido la significativa consigna
del Comité Internacional de la Cruz Roja, desde sus comienzos,
elocuente símbolo de las motivaciones cristianas que inspiraron al
fundador de tan benemérito organismo, el ginebrés Henry Dunant,
motivaciones que no se deberían nunca olvidar.
Vosotros, capellanes militares católicos, además de
realizar vuestro específico ministerio religioso, no debéis
descuidaros en ofrecer vuestro aporte para una apropiada educación
del personal militar en cuanto a los valores que animan el derecho
humanitario y lo hacen no solamente un código jurídico, sino sobre
todo un código ético.
Vuestro
curso coincide con una hora difícil de la historia, cuando el mundo
se encuentra una vez más escuchando el fragor de las armas. El
pensamiento de las víctimas, de las destrucciones y de los
sufrimientos provocados por los conflictos armados, trae siempre
profunda preocupación y gran dolor.
Para todos ya debería ser claro que la guerra, como
instrumento de resolución de los conflictos entre los Estados, ha
sido repudiada, mucho antes que en la Carta de las Naciones Unidas,
por la conciencia de gran parte de la humanidad, salvo el caso lícito
de la defensa contra un agresor. El vasto movimiento contemporáneo
en favor de la paz, la cual, según la enseñanza del Concilio
Vaticano II, no se reduce a a una "simple ausencia de
guerra" (Gaudium
et spes,
78), traduce esta convicción de hombres de todos los continentes y
de todas las culturas.
En tal escenario, el esfuerzo de las distintas religiones
para apoyar la búsqueda de la paz, es motivo de fortaleza y de
esperanza. En nuestra perspectiva de fe, la paz, aún siendo fruto
de acuerdos políticos y del entendimiento entre personas y pueblos,
es don de Dios, a quien hay que invocar insistentemente con la oración
y la penitencia. Sin la conversión del corazón no será posible la
paz! La paz no se alcanza si no es a través del amor!
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