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ANGELUS IV Domenica di Quaresima, 30 marzo 2003
Queridos hermanos y hermanas! 1. Hoy, cuarto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos recuerda que “tanto
amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16). Escuchemos este consolador anuncio en un momento en el que dolorosos
encuentros armados amenazan la esperanza de la humanidad en un futuro mejor.
Dios, “tanto al mundo...”, afirma Jesús. El amor del Padre
abraza, por tanto, a todos los seres humanos que viven en el mundo ¿Cómo no ver el compromiso que brota de una tal iniciativa de Dios? El ser
humano, consciente de un amor tan grande, no puede dejar de abrirse a una
actitud de acogida fraterna hacia todos sus semejantes. 2. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único...”. Esto es lo
que ocurrió en el sacrificio del Calvario: Cristo murió y resucitó por
nosotros, sellando con su sangre la nueva y definitiva alianza con la humnidad. De este testimonio supremo de amor, el sacramento de la Eucaristía es el
memorial perenne. En él, Jesús, Pan de vida y verdadero “maná”, sostiene a los
creyentes en el camino a través del “desierto” de historia hacia la “tierra
prometida” del Celo (cf. Jn 6,32.35). 3. Precisamente al tema de la Eucaristía he querido dedicar la
Encíclica que, en ocasión del próximo Jueves Santo, si Dios quiere, firmaré
durante la Misa in Cena Domini. La entregaré simbólicamente a los
sacerdotes en lugar de la Carta que ordinariamente dirijo a ellos en esa
circunstancia y, a través de ellos, a todo el Pueblo de Dios. Confío desde ahora a María este importante documento, che recuerda el
intrínseco valor y la importancia para la Iglesia, del Sacramento que nos dejó
Jesús como vivo memorial de su muerte y resurrección. Nos dirigimos igualmente a María, pidiéndole una vez más por las víctimas de los conflictos que vivimos actualmente. Con insistencia dolorosa y llena de confianza invocamos su intercesión en favor de la paz en Iraq y en cualquier otra región del mundo. |