HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Miércoles de Ceniza, 5 de marzo de 2003


1. "Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea" (Jl 2, 15-16).

Estas palabras del profeta Joel ponen de relieve la dimensión comunitaria de la penitencia. Ciertamente, el arrepentimiento debe brotar del corazón, sede, según la antropología bíblica, de las intenciones profundas del hombre. Sin embargo, es preciso vivir los actos penitenciales también juntamente con los miembros de la comunidad.

De modo especial en los momentos difíciles, tras una desgracia o frente a un peligro, la palabra de Dios, por boca de los profetas, solía exhortar a los creyentes a una movilización penitencial:  se convoca a todos, ancianos y jóvenes, sin excluir a nadie; todos unidos para implorar a Dios compasión y perdón (cf. Jl 2, 16-18).

2. La comunidad cristiana escucha esta fuerte invitación a la conversión en el momento en que se dispone a emprender el itinerario cuaresmal, que comienza con el antiguo rito de la imposición de la ceniza. Ciertamente, este gesto, que algunos podrían considerar propio de otros tiempos, choca con la mentalidad del hombre moderno, pero esto nos impulsa a profundizar en su sentido, descubriendo su singular fuerza de impacto.

Al imponer la ceniza en la cabeza de los fieles, el celebrante repite:  "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás". Volver al polvo es destino común de hombres y animales. Pero el ser humano no es sólo carne, sino también espíritu; si la carne tiene como destino el polvo, el espíritu está hecho para la inmortalidad. Además, el creyente sabe que Cristo resucitó, venciendo a la muerte también en su cuerpo. Hacia esta perspectiva también él camina en la esperanza.

3. Recibir la ceniza en la cabeza significa, por tanto, reconocer que somos criaturas, hechas de tierra y destinadas a la tierra (cf. Gn 3, 19); al mismo tiempo, significa proclamarse pecadores, necesitados del perdón de Dios para poder vivir de acuerdo con el Evangelio (cf. Mc 1, 15); y significa, por último, reavivar la esperanza del encuentro definitivo con Cristo en la gloria y en la paz del cielo.

Esta perspectiva de alegría compromete a los creyentes a hacer todo lo posible por anticipar en el tiempo presente algo de la paz futura. Eso supone la purificación del corazón y el fortalecimiento de la comunión con Dios y con los hermanos. Esto es lo que se busca con la oración y el ayuno, a los que, ante las amenazas de guerra que se ciernen sobre el mundo, he invitado a los fieles. Con la oración nos ponemos completamente en manos de Dios, y sólo de él esperamos la auténtica paz. Con el ayuno preparamos el corazón para recibir del Señor la paz, don por excelencia y signo privilegiado de la venida de su reino.

4. Con todo, la oración y el ayuno han de ir acompañados de obras de justicia; la conversión debe traducirse en acogida y solidaridad. Al respecto, exclama el antiguo profeta:  "El ayuno que yo quiero es este:  Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos" (Is 58, 6).

No habrá paz en la tierra mientras perduren las opresiones de los pueblos, las injusticias sociales y los desequilibrios económicos aún existentes. Pero para los grandes cambios estructurales, tan deseados, no bastan iniciativas e intervenciones externas; se requiere, ante todo, una conversión de todos los corazones al amor.

5. "Convertíos a mí de todo corazón" (Jl 2, 12). Podríamos decir que el mensaje de esta celebración se condensa en esta apremiante exhortación de Dios a la conversión del corazón.
El apóstol san Pablo reafirma esa invitación en la segunda lectura:  "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. (...) Ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (2 Co 5, 20; 6, 2).

Ahora es tiempo favorable, queridos hermanos y hermanas, para revisar nuestra actitud con respecto a Dios y a nuestros hermanos.

Ahora es el día de la salvación, en el que debemos examinar a fondo los criterios que nos orientan en la conducta diaria.

Ayúdanos, Señor, a volver con todo el corazón a ti, Camino que lleva a la salvación, Verdad que hace libres y Vida que no conoce la muerte.