"Tiempo de Callar y tiempo de hablar"
El silencio en la Biblia Hebrea
Conclusión de la Tesis doctoral
defendida por P. Silvio José Báez, o.c.d.
en la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma, el 7-1-99
Es difícil intentar hacer una síntesis de un tema bíblico como el silencio, que se presenta en contextos tan variados y con significaciones tan diversas. En la mayoría de los casos sólo el análisis detallado y contextual de los distintos pasajes bíblicos puede ayudar a percibir toda su hondura de contenido y de expresión. Las presentes conclusiones, por tanto, se limitarán necesariamente a indicar los aspectos más significativos de la disertación, tanto a nivel de trabajo lexicográfico como exegético-teológico.
1. Estudio de la terminología
En el
estudio de la terminología hemos recogido y organizado la casi totalidad del vocabulario bíblico en relación con el silencio. Destacamos como el aporte más significativo, no tanto el hecho de presentar un elenco de los diversos términos, cuanto el trabajo de organización de todo el material lingüístico, tanto a nivel lexicográfico como semántico. Una de las características de la presente investigación es presentar el léxico hebreo organizado según los diversos ámbitos y significaciones con que se presenta el silencio en el Antiguo Testamento. Esto ha sido posible gracias a la atención que se ha prestado en cada caso al contexto en el que aparecen los términos y al tratamiento sintagmático y paradigmático de los mismos. Dicha metodología nos ha permitido, por una parte, mostrar la pluralidad de situaciones en las que se manifiesta el silencio; por otra, se ha podido constatar que el concepto bíblico del silencio no se expresa solamente con una terminología restringida a unas pocas raíces, sino a través de una más amplia y rica constelación de términos y frases, tales como las proposiciones negativas en relación con el sonido, o las expresiones simbólicas con órganos de la fonación o los instrumentos sonoros.
En el cap. 1, a través del examen minucioso de los vocablos derivados de cada una de las raíces hebreas se han establecido algunas diferencias semánticas entre ellas. Sin embargo, se ha comprobado que no se puede pretender encontrar un mismo significado fundamental de una raíz, muchas veces deducido a partir de la comparación filológica con otras lenguas semíticas, y aplicarlo en todos los casos a los términos derivados. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con la raíz dmm, que se ha querido identificar en casi todos los textos con el único significado de "lamentarse" o "estar rígido". En un estudio lexicográfico, metodológicamente, lo más exacto es examinar cada raíz en sus distintas manifestaciones textuales, a partir de las correlaciones que se establecen con los distintos vocablos del entorno lingüístico en cada caso.
La metodología utilizada en el trabajo semántico nos ha llevado justamente a comprobar que términos o expresiones idénticas pueden presentar connotaciones diversas, según el contexto y las relaciones sintagmáticas de las proposiciones. Por ejemplo, el sintagma "no calles", en contextos de súplicas es una invocación con la que se pide, por medio de la metáfora del no hablar o del no escuchar, la intervención salvadora de Dios (Sal 28,1; 35,22; 39,13; 89,13; 109,1-2); mientras que el sintagma "no callará", en un contexto de juicio y teofanía sirve para indicar la justicia de Dios que, a diferencia de los hombres, no se quedará en silencio frente a la maldad y así no se hace cómplice de ningún delito (Sal 50,3). Otro ejemplo lo constituye la expresión "ponerse la mano en la boca", que puede ser una frase con la que se impone silencio a alguien (Jue 19,18), pero también se utiliza para designar el gesto de quien se queda callado por asombro (Miq 7,16; Job 29,9; 40,4), o de quien, por prudencia, guarda silencio (Pr 30,32).
En otros casos, se ha demostrado, gracias al estudio paradigmático de las diversas proposiciones, que una terminología diversa, en algunos contextos y en determinadas proposiciones, puede adquirir un valor semántico idéntico. Por ejemplo, en el capítulo 2, se ha puesto en evidencia que el sintagma "no responder", cuando tiene a Dios como sujeto, es intercambiable con otras expresiones (apartarse, estar lejos, esconder el rostro, etc.), estableciéndose de esta manera un rico paradigma en relación con el silencio divino. En el mismo capítulo, se ha podido observar que para expresar el silencio con el que se pretende guardar un secreto se puede utilizar, tanto la negación de higgid, como la negación con verbos del campo semántico del "ocultamiento". De igual manera se ha podido comprobar, por ejemplo, el idéntico significado que tiene el silencio en los sintagmas ein kol, "ninguna voz" (1 Re 18,26.29; 2 Re 4,10) y ein `oneh, "no responder" (Jue 19,28), designando ambos la ausencia de signos vitales.
Indicamos como otra característica fundamental de esta disertación la constante preocupación por no limitarse al mero dato lingüístico. El trabajo de lexicografía ha subrayado el valor teológico y antropológico de muchos términos y expresiones y ahí donde ha sido necesario se ha puesto en evidencia. En el capítulo 1, por ejemplo, nos hemos detenido en la comprensión de la manifestación silenciosa de Dios a Elías en el Horeb. En el mismo capítulo habría que señalar, en el mismo sentido, las alusiones al silencio de Dios como metáfora del exilio o al paradójico silencio del profeta Ezequiel. En el capítulo 2, vale la pena destacar la atención que hemos dado, en línea más antropológica, al vocabulario del silencio en clave sapiencial o jurídica; o a algunos silencios teológicamente significativos, como el silencio del molino, de las olas del mar, o de la bóveda celeste.
A través del estudio lexicográfico se ha podido constatar también que el vocabulario que se refiere al silencio, aunque no es excesivamente numeroso, se encuentra presente en casi todos los libros del Antiguo Testamento: en narraciones y en poesía, en textos sapienciales y legales, en oraciones y en textos proféticos. No obstante, la frecuencia es mayor en textos más directamente sapienciales, debido probablemente a la estrecha relación que hay en la Escritura entre la sabiduría y el lenguaje humano.
2. Estudio exegético - teológico
En cuanto al
estudio exegético - teológico, la disertación ha logrado presentar diversas manifestaciones del silencio y poner en evidencia su valencia teológica, tanto a través de comentarios pertinentes a propósito de algunos textos significativos en la parte lexicográfica (cap. 1 y 2), como en el estudio exegético de varios pasajes bíblicos (cap. 3 y 4). Si algunas observaciones de tipo lexicográfico permitían ya, en cierta manera, ofrecer algunas reflexiones teológicas en relación con algunos textos, ha sido sobre todo el contexto de pasajes suficientemente amplios, el que ha permitido evidenciar un horizonte semántico más rico y completo.
En el capítulo 3 nos hemos ocupado del silencio del hombre, a partir de dos ámbitos relacionales fundamentales de la existencia humana: el hombre delante de los otros, y el hombre delante del misterio. A través del estudio de algunos textos, en los que el elemento de sabiduría es determinante, se ha podido elaborar una cierta antropología sapiencial, en la que se ha visto que el silencio representa una manifestación indispensable del actuar justo e inteligente. El silencio humano, como actitud de sabiduría, no sólo tiene que ver con el hablar prudente, como lo subrayan tantos Proverbios, sino que determina el comportamiento humano en muchas ocasiones, como fuerza de comunión o como actitud interior que brota del respeto por lo no conocido. Desde la vertiente de la sabiduría, se presenta como un componente antropológico fundamental que predispone a aceptar el misterio de la historia, de los otros y de Dios.
El capítulo 4, en cambio, ha sido dedicado a la temática del silencio de Dios. En este caso es el hombre religioso el que vive una experiencia paradójica. Es el hombre de fe el que aparece confrontado con el callar divino, aterrado ante la aparente lejanía o indiferencia del Dios vivo. Esta vivencia de lo "contradictorio", que parecería tener que interpretarse necesariamente como ateísmo, es una genuina experiencia humana y creyente del misterio de la trascendencia de Dios. El hombre religioso que no intenta negar la contradicción, ni evadirla con respuestas fáciles, sino que confía sin reservas en el Dios de la vida y del amor, entra en el verdadero sendero de la fe, abandonando todos los asideros conceptuales o de cualquier otro tipo, sin intentar encerrar el misterio mediante las categorías de la finitud.
3. Conclusiones más importantes a nivel teológico y antropológico:
3.1 El silencio del hombre se presenta como
una realidad eminentemente ambigua. La Biblia no lo presenta, de forma unívoca, como un elemento positivo. Más bien, en muchos textos aparece con una connotación fuertemente negativa: el silencio de la muerte, el mutismo de los ídolos, la incomunicación voluntaria, el acto violento de hacer callar a otro, o el silencio como metáfora de la destrucción y el aniquilamiento. Solamente adquiere un valor humanizante y positivo cuando es expresión de apertura y acogida del otro y sobre todo de Dios. Todo esto muestra que el silencio, en la perspectiva de la Escritura, no se puede identificar con el simple hecho de no hablar, ni tampoco se puede fundamentar en ella una canonización a priori de todo silencio. El verdadero silencio, el silencio positivo, constructivo y creador de comunión, no es solamente exterior, sino expresión de un estado interior, que habrá que crear y motivar en cada ocasión. El silencio auténtico debe ser, por tanto, explícita y libremente deseado e intencionado, con el objetivo de entrar en relación y de abrirse al otro y a Dios. Sólo así el silencio se vuelve fuente de auténtica comunión y relación con un Tú, premisa y vértice de toda relación humana.3.2 Otro aspecto importante que se ha podido evidenciar a través de nuestra investigación es
la relación silencio-palabra. Ambas realidades no aparecen en la Biblia como radicalmente opuestas, sino como expresiones fundamentales de una relación dialéctica. La sola palabra o el solo silencio son realidades abstractas y parciales que quiebran la unidad de la existencia humana. Palabra y silencio constituyen una oposición vital y fecunda. La palabra encuentra su realización sólo en la acogida atenta y silenciosa de la escucha, acto decisivo para que la palabra llegue a ser auténtica posibilidad comunicativa. Inversamente, una palabra verdadera y sapiencial se impone, produciendo las condiciones de la escucha. En otras ocasiones, el silencio explícito o a través del lenguaje velado puede ser el medio para conservar en secreto una palabra o un hecho del que se ha llegado a tener noticia, pero que por diversos motivos no se debe divulgar. El silencio además puede propiciar el cultivo de una rica actitud sapiencial de vida, a través del hablar prudente o la reflexión silenciosa.
A veces la misma palabra, cuando adquiere un fuerte espesor de sabiduría y de fe, puede llegar a ser paradójicamente expresión de silencio auténtico. El creyente que reclama e interroga a Dios (Job, Habacuc, etc.) e implora recibir una palabra suya, en cierta forma hace silencio, ya que con su actitud demuestra que está dispuesto a callar y a acoger la intervención divina. Esta actitud de reclamación, por la que el creyente pide una palabra divina, no es otra cosa sino la aceptación de imponerse silencio a sí mismo y callar delante del misterio de Dios y de sus caminos a veces incomprensibles.
Esta enseñanza bíblica sobre la relación dialéctica entre palabra y silencio resulta sumamente fecunda para el quehacer teológico. La teología está llamada a "decir" el misterio, a no callarlo, a expresarlo de forma sistemática y reflexiva. Sabe que debe proclamar sin tregua las promesas y los caminos de Dios (cf. Is 62,1.6). Pero el discurso teológico al mismo tiempo debe ser consecuente con las complejas realidades que intenta comunicar. La verdadera teología que se presenta como espacio en el que se intenta decir el misterio de Dios, como principio de vida y de sentido para el hombre y la historia, debe ser consciente que tal principio es escondido y silencioso y que en silencio debe ser buscado y dicho. La dimensión sapiencial del silencio en la Escritura hace pensar en una teología que sepa acoger en silencio el misterio, una teología verdaderamente sapiencial que alcance el verdadero conocimiento en el callar, en el no-saber (cf Job 13,9): una teología al servicio del Misterio y consciente de los límites de su racionalidad para expresar la trascendencia divina.
3.3 La metáfora literaria y teológica del
silencio de Dios indica en la Escritura la aparente ausencia divina en la historia humana (Habacuc; Lamentaciones) o en la vida de un individuo (Job), percibida y sufrida por el creyente como una realidad paradójica y misteriosa. En el Antiguo Testamento el paradigma de esta experiencia fue el exilio, como momento histórico en el que Dios parecía contradecirse o alejarse y que se vivió justamente como tiempo del silencio de Dios, de ausencia de su salvación y de humillación del pueblo hasta el extremo (Is 42,14; 63,7-64,11).
Esta experiencia de la ausencia de Dios provoca una inevitable crisis de fe en el creyente, que lo lleva a la profundidad de las preguntas últimas: "¿hasta cuándo?" (Hab 1,2); "¿por qué?" (Hab 1,3.13), cuya respuesta trasciende el horizonte de la lógica y del saber humano. Los diversos textos examinados han mostrado que la experiencia del Dios bíblico se puede tener por presencia o por ausencia. El mismo grito del orante, del profeta, del hombre creyente que se interroga y lucha en la noche de su fe es no sólo una reclamación y una protesta por la lejanía de Dios sino la expresión de una Presencia percibida en la oscuridad y el dolor, cuyo icono más elocuente es el silencio del Horeb (1 Re 19,12). La "voz de silencio sutil" percibida por Elías demuestra que Dios no se revela en la historia necesariamente a través de efectos visibles de poder, sino que ordinariamente se hace presente en un Silencio que es percibido sólo en el profundo silencio de la noche de la fe. La única experiencia de Dios radical y sustantiva es la que nos ofrece la fe.
La superación de la crisis que supone el silencio de Dios no se da tanto cuando Dios vuelve a intervenir hablando y salvando, sino cuando el creyente encuentra al Dios Vivo mientras está todavía en el silencio, la oscuridad y la muerte. El Dios de Israel es el Dios que salva, es el Dios de la Palabra. No es un ídolo mudo. Por eso su mismo silencio se vuelve fecundo y necesario para la fe. Superado el exilio, pasado el momento del dolor y de la crisis, cuando queda atrás el silencio de Dios, el creyente puede redescubir la novedad del Misterio, siempre inefable e inabarcable. El Dios bíblico es siempre un Dios a quien buscar y en quien esperar, más que un Dios a quien hallar y poseer.
Hoy se hace urgente para la fe y para la espiritualidad recobrar con seriedad la dimensión de silencio que envuelve y manifiesta la trascendencia de Dios. La espiritualidad, como realidad teologal, es una experiencia del Dios que habla callando y calla hablando, el Dios que no explica nada sino que sorprende siempre como misterio de amor y de vida, y cuya infinita cercanía es paradójicamente su infinita lejanía de todas nuestras imágenes y representaciones de la divinidad por altas y sublimes que sean. El "no-saber" y el silencio de la ausencia son parte constitutiva de la auténtica experiencia del Dios que está más allá de toda experiencia y de toda conceptualización.
El silencio del Dios de Israel, tal como lo atestiguan las páginas del Antiguo Testamento, llega a su culminación y a su superación en la manifestación de la Palabra en la plenitud de los tiempos. La revelación cristiana ciertamente abre nuevos horizontes en la comprensión del misterio de Dios, pero en ningún modo sustituye aquel esfuerzo de participar a la dialéctica contradictoria del creyente veterotestamentario delante del silencio divino. Con el Nuevo Testamento no caduca la experiencia de Job, ni de Habacuc, ni de Elías en el Horeb, ni de tantos justos abandonados al dolor y a la muerte en Israel, más bien, se pone en evidencia que son estas experiencias del sin sentido y de la contradicción las que conducen la historia de la salvación al misterio de Cristo Crucificado y Resucitado.
Sólo el abandono total del Hijo en las manos del Padre, en medio del silencio lacerante del abandono y de la muerte de la cruz, puede dar sentido al tiempo de la oscuridad y del silencio de Dios. En aquel silencio mortal, en medio del cual Jesús de Nazaret asume el pecado del mundo, se produce la comunión infinita del amor entre el Padre y el Hijo. De tal forma que el silencio de la cruz se convierte en buena noticia para todos los que como Jesús viven y mueren al margen de la historia, silenciados por el mundo y aparentemente abandonados por Dios. Sólo la Pascua de Jesús es la Palabra capaz de vencer todos los silencios mortales del hombre y la verdadera fuente de firme esperanza delante del doloroso silencio del único y verdadero Dios de la vida.