DOMINGO XXX

(Tiempo ordinario – Ciclo B)

 

 

 

Jeremías 31,7-9

Hebreos 5,1-6

Marcos 10,46-52

 

            El camino del desierto se vuelve senda hacia la libertad, gracias a la protección paterna de Dios que salva a su pueblo. Yahvéh, que sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, lo saca ahora del destierro para llevarlo de regreso a la tierra. El ciego Bartimeo, que antes mendigaba viviendo a expensas de los demás, se encuentra con Jesús y ahora lo sigue entusiasmado por el camino. El encuentro con Dios es siempre el inicio de un camino que lleva a la vida.

 

            La primera lectura (Jer 31,7-9) está tomada del llamado “libro de la consolación” del profeta Jeremías, que comprende los capítulos 30-31 y cuyo tema fundamental es la esperanza en medio del sufrimiento y la desolación. Los destinatarios originarios de esta sección del libro fueron los israelitas del norte, esclavizados por los asirios en el 721 a.C. Años más tarde, los mismos capítulos fueron dirigidos también al reino del sur, a Judá, cuando en el 586 a.C., después de la caída de Jerusalén, el pueblo fue conducido al exilio por los babilonios. Esta reutilización del mismo material profético en diversas épocas es un buen ejemplo de la vitalidad y del dinamismo de la Palabra de Dios, que es siempre actual para iluminar los nuevos acontecimientos de la historia del pueblo.

            En el texto se anuncia el regreso del “Resto de Israel” a la tierra que siglos antes Dios había dado a su pueblo. La vuelta es acompañada de gritos de alegría y de alabanza, pues “ha salvado Yahvéh a su pueblo” (v. 7). Es el Señor mismo quien se encarga, como un pastor bueno y cuidadoso, de recoger a los exiliados del país del norte (Babilonia) y de todos los confines de la tierra (v. 8). Se trata de gente pobre, enferma, débil, herida en el cuerpo y en el alma. Dios inicia de nuevo la historia a partir de los más pequeños e indigentes: “entre ellos el ciego y el cojo, la preñada y la parida”. A los ojos de Yahvéh, sin embargo, éstos que vuelven constituyen “una gran asamblea” (en hebreo: qahal gadôl). La palabra hebrea qahal designa en el libro del Éxodo a la gran asamblea del pueblo, que después de ser liberado de la esclavitud, caminó en el desierto hacia la tierra prometida para dar culto a Dios y cumplir sus mandatos. Después del exilio, una nueva qahal, formada por los más pobres entre los pobres, conducidos por Dios “por camino llano para que no tropiecen” (v. 9), da inicio a la nueva historia de Israel. Es con ellos que el Señor constituye su familia, de la cual él es el padre. La imagen paterna del v. 9, en efecto, recuerda la parentela que une a Israel con Dios: “Yo soy para Israel un padre. Y Efraím es mi primogénito” (cf. Ex 4,22).

 

            La segunda lectura (Hebreos 5,1-6) presenta a Cristo como Sumo Sacerdote, cercano y solidario con la humanidad, a la cual debe liberar del pecado. El acento del texto está puesto en la humanidad de Cristo Sacerdote, “que se compadece de nuestras flaquezas pues ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Como todo Sacerdote, también Jesús fue constituido por Dios para realizar el ministerio “en favor de los hombres” (Heb 5,1). Dios resucitó a Jesús y le dio la gloria del sumo sacerdocio nuevo y eterno para la salvación de la humanidad (Heb 5,5-6).

 

            El evangelio (Marcos 10,46-52) nos presenta la última escena del viaje de Jesús a Jerusalén, antes de entrar en la ciudad santa (cf. Mc 11,1). En contraste con la figura de Jesús, presentado en movimiento mientras sale de Jericó acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, aparece un “mendigo ciego, sentado junto al camino” (v. 46). La descripción no puede ser más dramática: un hombre que depende de los demás para poder subsistir (“mendigo”), disminuido en sus capacidades físicas (“ciego”) y totalmente pasivo e inmóvil (“sentado”; en griego: ekathēto, una forma verbal que denota una acción que se viene realizando desde hace mucho tiempo).

El ciego, “al enterarse (en griego: akoúsas; literalmente “habiendo escuchado”) que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (v. 47). La gente “lo increpaba para que se callase”, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí” (v. 48). Ante sus gritos, “Jesús se detuvo” (v. 49a). Hay varios detalles que vale la pena resaltar: (1) El encuentro es paradigmático. El ciego representa al hombre sufriente, caído, que todavía no se ha puesto a seguir a Jesús por el camino; Jesús es el “Hijo de David”, el Mesías salvador enviado por Dios. (2) El ciego entra en contacto con Jesús a través de su capacidad de escuchar y de su insistencia en gritar. La escucha representa en el Nuevo Testamento el primer paso de la vida de fe, a tal punto que Pablo afirma: “¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído?” (Rom 10,14); el grito es expresión de la fe que se vuelve oración y petición de auxilio: “Señor, Dios, salvador mío, de día y de noche grito hacia ti. Llegue hasta ti mi súplica, haz caso de mi clamor” (Sal 88,2). (3) Jesús se detiene por primera vez en su camino hacia Jerusalén. Él es el Mesías que va al encuentro de su destino de cruz y de muerte, con decisión absoluta sin que nada lo detenga, “caminando delante de sus discípulos” (Mc 10,32). Solamente hay algo que detiene a Jesús en el camino: un hombre sufriente que lo invoca desde su dolor.

            Aunque el ciego ha gritado insistentemente y Jesús se ha detenido, Marcos quiere dejar claro que todo encuentro con el Señor es gratuito y que es él quien toma la iniciativa llamando al hombre (v. 49: “Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo”). La misma gente que antes reprendía al ciego, ahora lo anima a acercarse a Jesús. Es como si Marcos quisiera decir que la palabra del Señor cambia incluso las situaciones externas para favorecer el encuentro del hombre con Dios.

            El ciego se levanta rápidamente y se dirige a Jesús. Y Marcos anota un detalle significativo: “arrojando su manto” (v. 50). El manto, en la Ley de Moisés, era un objeto simbólico que representaba todo aquello que poseía un pobre. En Ex 22,25, en efecto, se afirma: “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga: es el vestido de su cuerpo...”. En el fondo, aquel ciego está realizando el camino de todo discípulo. Después de escuchar a Jesús, lo acoge como Mesías salvador invocando su salvación. Deja todo lo  que posee (el manto) y se acerca a él. El ciego de Jericó fue capaz dejar todo por Jesús, a diferencia de aquel rico que lo había encontrado en el camino, y que se alejó de Jesús lleno de tristeza, “porque tenía muchos bienes” (Mc 10,22). La pregunta que Jesús le hace al ciego: “¿Qué quieres que haga por ti?” (v. 51) recuerda aquella otra pregunta que antes había hecho a los hijos de Zebedeo: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” (Mc 10, 36). Mientras Santiago y Juan, piden dos tronos de gloria, demostrando no haber comprendido nada del camino del Maestro, el ciego pide: “Rabbuní, ¡que vea!” (v. 51a). Al instante recobró la vista, mientras Jesús le aseguraba que por su fe quedaba sanado (v. 51b).  La ceguera, no sólo es una enfermedad real, sino que es símbolo de la ausencia de luz. Por tanto, la curación de la ceguera, se convierte en signo de la salvación integral del hombre.

El ciego Bartimeo es modelo del discípulo que abandona todo por seguir a Jesús y que es liberado de la ceguera que le impide ponerse en camino detrás del Maestro. El texto, en efecto, concluye diciendo que aquel hombre curado “seguía a Jesús por el camino”. “Seguir a Jesús” es la expresión que en el Nuevo Testamento designa el discipulado cristiano. La historia de un milagro se convierte en la historia de una vocación a la fe y al discipulado. Aquel hombre curado de su ceguera encarna el camino de la conversión de todo hombre que aspira a seguir a Jesús. A través de la escucha y del grito confiado, se experimenta la presencia salvadora de Jesús que libera de la ceguera y da la capacidad para llegar a ser discípulo. El hombre, por su parte, se abre a la gracia y abandona todo para ir detrás del Maestro

La comunidad de Jesús, es la qahal gadôl, la gran asamblea, no formada por fuertes, poderosos y autosuficientes, sino por pobres, ciegos, cojos y personas débiles (primera lectura). La comunidad de Jesús, es la qahal gadôl, la gran asamblea, formada por hombres y mujeres que experimentan a Jesús como Sacerdote solidario y cercano, a través del cual obtienen el perdón y la gracia de una vida nueva (segunda lectura). La comunidad de Jesús, es la qahal gadôl, la gran asamblea, formada por aquellos, que como el ciego Bartimeo, lo han encontrado, han sido curados de su ceguera y se han puesto a seguirlo por el camino de la vida (evangelio).

 

 


 

  MEDITACIONES BÍBLICAS 

(en portugués)

preparadas por P. Silvio José Báez, o.c.d.

 Dios Padre en  la Biblia

 

O ROSTO DO PAI – MISTÉRIO DE DEUS CONTEMPLADO SOBRE A METÁFORA DA PATERNIDADE DIVINA

ABRAÃO NÃO NOS RECONHECE MAIS E ISRAEL NÃO SE  LEMBRA DE NÓS. JAVÉ, TU ÉS O NOSSO PAI!